Vamos a llamarle John Doe, que es ese nombre genérico que ponen en Norteamérica para referirse a alguien anónimo de quien no se sabe la identidad. Ay, John.

Me había separado hacía unos meses y yo, que había estado en una relación desde los tiempos de Tuenti, decidí abrirme una cuenta en Tinder. Ahí, a lo loco. Recuerdo mi primer match con una cuenta falsa de la misma aplicación, qué majos. Creo que, en ese primer intento, cerré la cuenta a las dos semanas agobiada de tanto macho con tantas ganas de machear. ¿Yo qué quería? Ni lo sabía ni lo sé todavía. 

Pero me aburría y, como ya os he dicho, no sabía lo que quería, así que por si acaso, me volví a abrir la cuenta. 

Y empecé a tomármelo un poco más “en serio”, comillas gigantes. Hice match con varios chicos y uno de ellos fue John. Ay, John. 

John lo tenía todo. O eso parecía al menos. Era un chico guapetón, con unos ojos increíbles, una sonrisa perfecta y amable. Además, era alto, así fuerte, pero sin pasarse. Era un tío currante, incluso aunque por lo que me contaba intuí que sus padres eran gente con mucha pasta (en plan de tener mogollón de tierras y tal, aunque él no lo dijera abiertamente). 

Lo único malo que tenía John era que era de un pueblito un poco apartado de donde yo vivía. Pero tampoco era nada que no se solucionara con un viaje en coche de media horilla. Así que decidí seguir conociéndolo. 

Para mí era muy pronto para quedar y él lo entendía perfectamente. Nunca me metió presión ni mucho menos y yo me alegraba mucho porque todos los demás lo único que querían era quedar sin más. Hablábamos bastante sin caer en la obsesión constante ni en ese enamoramiento súper rápido al que yo era propensa (cosa que también me alegró mucho por mis avances personales). Pero alguna mañana me despertaba y veía un mensaje de buenos días o me había mandado alguna foto porque había ido a trabajar al campo, en fin, era muy bonito, pero sin caer en cosas que no me molaban. Ea, que John era perfecto. 

Aunque nos teníamos en Tinder, también hablábamos por WhatsApp y un día me pidió el Instagram y ya empezamos a seguirnos por ahí también. En sus fotos, en sus stories se veía que era un tío totalmente normal, se confirmaba la idea que yo me había hecho de él durante esas semanas que habíamos estado hablando y la verdad que fue un alivio porque me estaba empezando a pillar poco a poco. Aunque a él no le dije nada. 

Llegó ya el momento de hablar sobre una quedada por fin y cada uno iba proponiendo ideas y, la verdad, que se notaba que estábamos en la misma onda. Recuerdo que era un miércoles por la noche, mi peque ya durmiendo en su cama y yo perdiendo el tiempo en las redes sociales y con la tv de fondo. Recibí un whatsapp de un amigo de toda la vida que me preguntaba que qué tal andaba y empezamos a hablar. Ya le conté que genial, que estaba conociendo a este chico. Él me dijo que qué suerte, porque él también estaba en Tinder y no había conocido a nadie todavía con quien hubiera conectado. En estas estaba cuando John me escribió por Instagram. Ay, John. 

Él: Ya sé lo que vamos a hacer cuándo quedemos.

Yo: Ah, ¿sí? ¡Dime!

Empezó a escribir su respuesta y yo fui corriendo a decirle a mi amigo que qué casualidad y que me había escrito y tal. 

Él: Voy a ir a tu casa. 

Yo: No, ya sabes que a mí casa no me gusta, tengo una hija y de momento prefiero que no. 

Él: Tú vas a estar en el sofá, con una minifalda. 

Yo: Ehm, ¿cómo?

Él: Voy a llegar a tu lado y te voy a poner a cuatro patas y tú no vas a llevar ropa interior. 

Yo: Perdona, John, pero a mí este rollo no me gusta. ¿Podemos hablar normal?

Él: Te voy a dar unos azotitos. 

Yo: ¿John?

Él: Y me vas a decir que te dé más. 

Yo: Pero, ¿qué narices (quizá no dijera “narices” exactamente)? ¿Puedes parar, por favor? 

Volví corriendo a la conversación con mi amigo y le conté lo que estaba pasando. Mi amigo se moría de risa, mientras me mandaba audios –riéndose, jurao’- diciendo: “veeeeeeeees, no podía ser, en Tinder no pasan esas cosas”. Las notificaciones de Instagram no dejaban de llegar. En cuestión de un par de minutos tenía 190 mensajes de este chico. CIENTO NOVENTA MENSAJES. Lo dejé que siguiera con su movida y no volví a abrir la aplicación esa noche. A mi amigo lo mandé a pastar y yo me fui a dormir flipando. 

A la mañana siguiente, John Doe no era nadie para mí. Solo de pensar en qué podría haber pasado si hubiera quedado con él… ¿Habría ignorado mis noes de la misma manera en persona? Todavía hoy me revuelve las tripas pensarlo. Después de esa experiencia tuve la cuenta de Tinder abierta pero no la volví a usar. Ay, John.

 

La de siempre