Las mejores relaciones son aquellas que llegan después de un tiempo de rupturas, citas desastre y una cierta evolución emocional. Bueno, o eso me han dicho. Hace unos meses, yo seguía jugando con Tinder por, ya sabéis, el  “a ver qué pasa”, por el “va, ¿qué tienes que perder?” o, a malas, por el “aquí en casa no te va a pasar nada fuera de lo normal”. Cuánta razón tenía, cuánta razón.

Conocí por Tinder a, llamémosle Mario: básicamente, un chico que parecía agradable, simpático, atractivo, atento… ¿Qué más podía pedir de esta app? Después de varias semanas hablando por chat, decidimos dar el paso y conocernos en persona. Tengo que reconocer que me había hecho ilusiones con Mario y que las expectativas de esta cita estaban muy altas porque yo había salido hace poco de una ruptura y él parecía tan, tan… normal (estable mentalmente, digo). 

Él y yo. Un restaurante precioso. Vino y buena conversación. Flirteo máximo. Lo estábamos gozando tanto que nos vinimos arriba y acabamos en una discoteca. Bueno, acabamos no, porque ahí empezó todo. Después de tanto bailoteo y esa tensión sexual máxima, salimos fuera para estar solos. 

Cual fue mi sorpresa que, mientras nos estábamos besando, aparecen dos tíos de dos metros y medio con el pelo pincho y cara de pocos amigos y le gritan a Mario (que, por cierto, me tenía cogida por la cintura):BUAH TÍO, TIENES QUE LLEVÁRTELA A UN HOTEL Y FOLLÁRTELA!

Claro, yo me quedé mortímer ante semejante despliegue de machismo y falta de respeto y exclamé: “¿¿¿Perdona???”. Mario, por su parte, soltó un: “Va tío, piraros”. 

Silencio sepulcral. En ese momento, uno de los trogloditas se acerca a Mario y le pega un puñetazo en toda la nariz. Yo anonadada, flipando. Al pobre Mario solo le salió decir mientras se cogía la nariz “AU! GILIPOLLAS!”, a lo que el segundo troglodita le respondió con otros dos puñetazos más y diciendo: “No le vuelvas a llamar gilipollas a mi amigo nunca más, que es mi hermano”. 

Sabéis que el cuerpo habla, traduce emociones… y yo tenía mucha tensión y miedo acumulado en ese momento. Así que, al ver a Mario sangrando en el suelo mientras que aquellos dos se iban, mi cuerpo decidió reaccionar con un ataque de risa con el cual casi me meo en las bragas. Total, que llamé a la policía descojonándome; yo reía, ellos me preguntaban si se trataba de una broma, yo insistía en que no y que había un chico herido por una agresión, ellos me pedían la ubicación… yo no podía ver la calle porque me lloraban los ojos. Sé que no fue lo más adecuado, pero os juro que yo no podía poner en orden mis emociones. 

Contra todo pronóstico, acabé en casa de Mario aquella madrugada. Por la mañana, me dijo que este tipo de experiencias son las que fortalecen una relación y que le gustó que le pegaran porque había podido demostrarme lo fuerte que era (recordemos a Mario tumbado en el suelo con la nariz sangrando un momento, por favor) y que siempre que pudiera me iba a defender. Uf, creepy. Creo que también se dio un golpe en la cabeza, lo que pasa es que yo no me enteré. 

Si alguna vez dudáis, como yo, en si quedar o no con alguien de Tinder, éste es el claro ejemplo que podéis conocer a alguien “especial” y que podéis disfrutar de una cita inolvidable. Los caminos de Tinder son inescrutables.

Arianna Es