La vida en ocasiones es así de divertida. Y eso que mi abuela me lo repetía una y otra vez, que no siempre es oro todo lo que reluce. Y yo de hecho fui a dar con una de esas joyas que reluce que no veas pero que en su interior solo es un trozo de latón oxidado. Pero me voy a dejar de metáforas y voy a empezar desde el principio, en esa tarde de domingo en la que conocía a Yago a través de Tinder.

Yo estaba por aquel entonces muy a tope con la dichosa aplicación. Ya había dado con una par de buenas prendas y esperaba seguir corriendo la misma suerte, así que cuando Yago se puso en contacto conmigo en seguida revisé su perfil y pensé que se venía otra conquista de las buenas.

Teníamos un montón de tema de conversación en común porque aquel chico había estudiado lo mismo que yo, de hecho ya se dedicaba a un sector en el que yo esperaba comenzar a trabajar en un par de años y me parecía una casualidad muy maravillosa. Además, según sus fotografías el tío estabana la mar de bien por lo que cuando me dijo de quedar no lo dudé ni un solo segundo. En tan solo dos días decidimos vernos en persona en una cervecería cerquita de mi casa.

Me puse todo lo lobona que mi decencia interior me permitió y allí que me fui esperando que la cita con Yago valiese tanto la pena como yo misma había planeado en mi mente. ¡Y vamos si la mereció! Puedo resumir aquella tarde en un par de cañas fresquitas, un tonteo máximo desde el minuto uno y una conexión increíble que nos llevó a terminar la faena en mi piso sin esperar siquiera a llegar a la cama. Nunca jamás había tardado tan poco tiempo en tirarme a un tío, de hecho podía asegurar que nunca había sentido tanta necesidad por estar con alguien. Yago me había flipado muchísimo, y así entenderéis cómo me tomé la invitación que me hizo pocos minutos antes de irse de mi casa.

Me besó fogosamente y me miró para invitarme a pasar el fin de semana en una preciosa casa rural de la sierra. Él se haría cargo de todo, yo tan solo tendría que dejarme mimar y disfrutar a tope. ¿Pero cómo podía negarme a tal plan después del polvazo que acabábamos de echar? Le pregunté dónde y a qué hora y me dispuse a soñar despierta hasta la llegada del viernes tarde, cuando Yago me vendría a buscar para ponernos en marcha a nuestro fin de semana magnífico.

Sabía perfectamente cuál sería el plan, Yago me envío un enlace de la web de la casa y era una maravilla pequeñita, con piscina, jacuzzi y una habitación preciosa. Todo con vistas a la sierra, con un balcón ideal y cerquita de un bonito pueblo. ¿Era una locura largarme así con un tío al que acababa de conocer? Podía ser, pero mi cuerpo me decía que lo hiciera y me dejé llevar sin pensármelo dos veces.

Llegado el viernes Yago se presentó de nuevo en mi casa puntual, conduciendo su cochazo y colmándome de palabras bonitas. Me monté en el coche y en segundos pude sentir de nuevo la conexión y la tensión sexual que ya había notado en nuestra primera cita. Era algo increíble, como mágico. Apenas media hora nos separaba de la casa rural y los dos estábamos deseando llegar.

Al hacerlo la dueña de la casa nos estaba esperando. Nos enseñó la pequeña pero acogedora vivienda y nos indicó los lugares que podríamos visitar en la zona. A Yago y a mí nos dio en parte la risa, los dos sabíamos que aquellas rutas de senderismo no nos iban a ver el pelo en todo el fin de semana. Entonces la mujer le solicitó a Yago la tarjeta de crédito que según parecía no había podido darle al hacer la reserva. Yago se puso a rebuscar en su mochila y al rato, algo apurado me miró y me pidió si podía dejarle yo la mía, que la suya debía de estar en la maleta, que aquello solo sería una formalidad y que el domingo él haría el pago de todo.

Como buena pardilla me lo creí y no dudé ni un segundo en darle mi tarjeta de crédito a aquella señora. Entonces sí, comenzó nuestro fin de semana.

No tardamos ni una hora en estrenar la piscina. Y el jacuzzi, y la habitación. Yago y yo estábamos muy a tope en eso de estrenar cada esquina de la casa y era como si aquel ambiente rural nos encendiese todavía más la mecha. Perdí la cuenta de las veces que follamos aquella tarde, hasta que ya muertos de hambre decidimos salir al supermercado para comprar los víveres para el fin de semana.

La segunda alarma que no vi fue la de aquella inmensa compra en la que Yago no escatimó ni un poco. Solomillos, cava, buen vino, marisquito para la cena… Vamos, un total de 200 euros de cuenta que, finalmente tuve pagar yo porque la tarjeta de Yago daba error constantemente. La presión del momento me hizo sacar la mía rápidamente aunque para ser sincera aquello ya empezó a olerme muy a chamusquina. Él me aseguró que al salir iría al primer cajero para devolverme los 200 euros pero al final nos pusimos a hablar de unas cosas y otras y acabamos yéndonos directos a la casa rural de nuevo.

Llegadas a este punto me diréis que soy una imbécil y que me dejé engañar a cambio de unos buenos polvos, y lo cierto es que visto desde fuera puede verse así. Pero la realidad que yo viví fue el creérmelo absolutamente todo. Tened en cuenta que Yago se presentaba como todo un hombre de éxito. Vestía ropa de súper marca, tenía un cochazo increíble, su reloj costaba más que toda aquella casa y un largo etcétera.

El resto del fin de semana fue un no parar de lo que ya os podéis imaginar. Disfruté de una buena cocina de la mano de Yago y nos divertimos de lo lindo como los dos habíamos demostrado saber hacerlo. Me olvidé hasta de mi nombre con aquel hombre que me dejaba medio inconsciente con cada nuevo revolcón y os puedo asegurar que llegó un punto del fin de semana que me volví tan loca que incluso pensé que aquella relación tan pasional podía llegar a algo más serio. 5 días hacía que nos conocíamos, para que veáis lo locas que están a veces las cabezas, y la que más la mía.

Cuando llegó el domingo por la tarde la dueña de aquel paraíso rural vino para hacer la revisión pertinente y cobrar lo que le tocaba. Yago había salido en aquel momento a poner gasolina en el coche y fui yo la que atendí a la mujer. La señora me preguntó por el número de la tarjeta de Yago para así intercambiarla por la que le habíamos dado el viernes (la mía) pero la mujer tenía que irse, nosotros teníamos que dejar la casa y aquel chico no regresaba. Estuvimos esperando más de media hora hasta que ya me empecé a preocupar y opté por llamarlo por teléfono pero Yago no respondía.

Me empecé a poner muy nerviosa y entonces subí a la habitación para ir bajando los bultos mientras la dueña de la casa me miraba sin entender muy bien qué pasaban, entonces vi que la mochila que Yago había llevado no estaba y ya caí por completo en lo estúpida que había sido. Me dieron ganas de llorar y decidí no volver a marcar su número. Llamé directamente a mi mejor amiga y le pedí que se viniera cuanto antes a aquella casa. Como pude le expliqué a la casera que Yago me había estafado pero la señora no se lo podía creer y lógicamente lo único que le importaba era cobrar el alquiler del fin de semana.

Le pregunté si tenía los datos de Yago y me dijo que sí, que había pagado una parte de la fianza pero que faltaban por pagar 500 euros del resto del fin de semana y que si no tenía a dónde cargarlos obviamente los pasaría a mi tarjeta. Me empecé a agobiar todavía más pensando en lo que me había gastado en la compra del supermercado y que obviamente ya no recuperaría y en que aquella señora me iba a pasar un cargo que me iba a destrozar por completo.

Al final conseguí que la mujer esperase a que yo pudiese hablar con Yago aunque ambas sabíamos que aquello iba a ser misión imposible. De hecho intenté escribirle por WhatsApp pero ya me había bloqueado. Estuve llorando buena parte de la semana por lo imbécil y utilizada que me sentí. ¿Cómo pude ser tan sumamente idiota?

 

Anónimo

 

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