Chica acaba la carrera. Chica no encuentra trabajo de lo suyo. Chica está hasta el santo toto de los curros de mierda con sueldo de chiste. Chica decide emigrar. Chica se va a Londres. Chica no conoce a nadie allí. Chica se instala Tinder. Chica conoce chicos.

Ahí estaba yo, con un arsenal de guiris en el móvil cautivados por mi culo español, y muchas ganas de probar un buen fish and chips.  Entre match y match, encontré a un tío de Múnich que me hacía tilín. Se llamaba Enrico, y entre lo bueno que estaba y la falta de entendimiento que había entre los dos, me costó obra y milagro no decirle que le quería comer tol Panrico. Total, no me iba entender. Aun así, me contuve.

Hablamos durante una semana, el tiempo de rigor para saber si un tío está como las maracas de Machín. Pasó la prueba de fuego y decidimos quedar en un pub de la zona.

Cabe añadir que los dos teníamos un nivel más bien normalucho de inglés. Es decir, podíamos hablar de prácticamente cualquier cosa, pero algunas palabras se nos escapaban. Esto no supone un problema cuando hablas por el móvil, le preguntas a Siri cómo se dice copa menstrual en inglés y ya está, pero en persona puede obstaculizar la comunicación a little bit.

Llegó el día de la cita y yo me exfolié hasta el culo por lo que pudiese pasar. Camino al bar empecé a ponerme nerviosa, pero todo se me pasó cuando vi a Enrico esperándome en la puerta.

Entramos y empezamos a beber cerveza por encima de nuestras posibilidades. El caso es que a más jarras bebíamos, más palabras en inglés olvidábamos. La cita era una mezcla de spanglish, alemanglish y cachondismo en estado puro. Cuando él me decía algo en alemán mi cerebro desconectaba, pero mi potorro bailaba muñeiras.

Nos empezamos a enrollar, y cuando el camarero empezó a mirarnos mal por meternos mano bajo la mesa, decidimos ir a su casa, pero las ganas que tenía de sacar punta a su lápiz color carne se desvanecieron cuando entré en su habitación.

Tenía una estantería más grande que mi cocina llena de muñecos de ventrílocuo.

De golpe y porrazo se me pasó la borrachera, la alegría coñil, y las ganas de vivir. Mientras yo me esforzaba por no salir huyendo, Enrico me decía ilusionado los nombres de cada puto muñeco diabólico.

El caso es que recordé que al principio de la noche, me dijo que le gustaban los “Bauchredner-Puppe”. Como no entendía una mierda de lo estaba diciendo, mi mente española supuso que estaba hablando de una canción de Rammstein o de algún grupo alemán. Lo confieso, dije que a mí también me gustaba para quedar bien.

Como el muchacho estaba tan emocionado y yo le había dado falsas esperanzas haciéndole creer que compartíamos esa afición, dejé que hiciese un numerito de ventriloquía para mí. Imaginad mi puta cara de circunstancias viendo al Jose Luis Moreno alemán poniéndole voz a una muñeca más turbia que Macario, Monchito y Rockefeller juntos.

Tras una hora y media de espectáculo, acabó, aplaudí y nos volvimos a enrollar, pero tuve un flashback de la serie Pesadillas y me cagué de miedo lo más grande. Le dije que tenía cagalera y me fui de allí como alma que lleva al diablo.

Moraleja: a la cama no te irás sin saber una palabra en alemán más.

Autora: Monchita