Uno de los grandes dramas de la cuarentena es tener que pasarla sola. Vivo en Valencia desde hace cuatro meses por trabajo, así que no conozco a prácticamente nadie en la ciudad. Toda mi familia es de Pontevedra, y mis amigos están desperdigados por todo el país, pero ninguno aquí. Muchas estaréis pensando que daría lo mismo que viviesen cerca porque no les podría ver igualmente, pero os prometo que no es igual. La sensación de aislamiento es mayor cuando estás en una ciudad desconocida sin nadie que te apoye.

Después de soltaros esta chapa dramática, os confesaré que mi salvación ha sido Tinder. Lo tenía instalado desde hacía siglos, pero estaba un poco abandonado. Entre la mudanza y la adaptación al trabajo lo último que me apetecía era buscarme un ligue, pero chiquis, ahora con tanto tiempo libre me entró el gusanillo de guarrear por el móvil.

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Aunque la cuarentena oficial ha empezado el sábado 14, yo llevaba aislada desde el miércoles. Esa misma noche hice match con unos cuantos maromazos, y de todos ellos el que más me llamó la atención fue Ricardo.

Empezamos a hablar y para ser sincera el chico me hizo tilín. Había estudiado psicología y trabajaba en el área de recursos humanos. Era divertido, con un punto sarcástico que me molaba mucho, friki y lo que más me gustaba es que parecía un tío sensible. Me contó que lo que peor llevaba era no poder ir a ver a sus abuelos, y que cada vez que hablaba con ellos se le saltaba la lagrimilla.

Así de bajo tengo el listón que con esa simple frase me enchoché. Después llegaron los “es que eres especial”, “no te conozco, pero de verdad, me gustas”, “he perdido el interés en otras chicas” o “me gustaría que cuando pase todo esto nos conozcamos de verdad”.

Total, que el sábado la cosa subió de tono y la conversación que a priori era inocente, empezó a acercarse al tema del guarrindongueo. Todo empezó con un “¿y qué me harías si ahora estuviese allí?”. BOOM. Subidón de temperatura.

Y amigas, cuando yo estaba en el punto álgido de repente soltó:

“Pffff, acabo de ver la foto del sujetador rojo y cómo me he puesto.”

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Yo no le había mandado ninguna foto con un sujetador rojo. Vamos, ni rojo, ni verde, ni azul. Se había confundido de chica porque a saber con cuántas estaba guarreando. Me dijo que lo sentía mucho, que había sido un lapsus y que de verdad yo era la única especial.

Hombres del mundo, si queréis guarrear con mil tías a la vez hacedlo, pero no les prometáis el sol, la luna y las estrellas. De verdad, no hace falta soltar el rollo de “estoy enamorado, soy un tío sensible”, porque luego tenéis un lapsus y quedáis como un gilipollas.

Dicho esto, la moraleja de esta historia es que si un tío te va a joder, lo hará en persona o vía móvil.

 

Anónimo

 

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