Estuve quedando hace unos meses con un chico que, en realidad, quería salir con un filtro. O esa fue mi impresión. Me lo pasé bien con él, aunque no llegamos a más. Yo pensé que le gustaba físicamente, pero no. Solo le gustaba cuando me maquillaba.

Lo conocí en Tinder y hablamos durante semanas. Me parecía majo, así que, cuando propuso quedar, acepté. Una suele cuidar más la apariencia en la primera cita, con idea de causar una buena impresión. No creo que sea el momento de entrar en debates sobre si tomamos esa decisión libremente o por presión, pero a todo el mundo le gusta gustar. Y, cuando la otra persona no te conoce, la primera carta que juegas es la del físico, que es lo que antes se ve.

Quedamos en una cafetería y yo me presenté a la cita con falda, botas, camiseta ceñida, chaqueta y el pelo suelto. Y maquillada, sí. Nada de contouring, de cejas, ahumados o labios perfilados por encima de mi propia línea. Solo un maquillaje discreto con base, eyeliner, rímel y su buen pintalabios rojo. Aclaro esto porque hay estilismos que cambian muchísimo más las facciones que otros, siendo realistas. Hubiera entendido su actitud si él se hubiera visto obligado a salir con dos personas físicamente distintas: mi “yo” con cara lavada y mi “yo” con varias capas de maquillaje. El interior aún no contaba, porque apenas nos conocíamos.

“¿Estás mala?”

Al llegar al sitio en el que habíamos quedado, noté que le gustó lo que vio. Esas cosas se sienten, ya sabéis. No paraba de sonreírme ni de mirarme, y aprovechaba cualquier momento para establecer contacto. Por si me quedaran dudas, me echó varios piropos durante la cita: que si se eres más guapa en persona, que si me gusta cómo vienes y ese tipo de cosas.

La quedada fue bien y los dos nos fuimos sabiendo que repetiríamos. Lo hicimos, sí, bastantes veces. Y yo, como cualquiera, elegía mi estilismos dependiendo de las perspectivas: en fin de semana, más arregladita; un día cualquiera entre semana, normal.

La primera vez que me presenté a una cita sin maquillar, vi la decepción en su cara. Nada de las risitas tontas del tío que se está pillando, sino seriedad e incluso confusión. Fue tan evidente que se lo pregunté: “¿Pasa algo?”. A lo que él me contestó: “No, no, nada, nada. No sé, es que te noto como… diferente. ¿Has dormido mal o algo? ¿O estás mala?”. Le dije que no y, como suele pasar, me sentí obligada a justificarme de inmediato. Le expliqué que aquel día no me apetecía arreglarme, que entre semana no lo suelo hacer, pero él me dijo que su pregunta no tenía nada que ver con eso.

Maquilladita, te presumo; sin maquillar, te oculto

Yo no quise darle mucha importancia al asunto, porque siempre hay una primera vez para todo con alguien a quien estás conociendo: la primera vez que te ve sin maquillaje, con el pelo recogido, saliendo de la ducha o desnuda. Puede haber un choque entre lo que ha visto (junto a la imagen que él solito se ha creado) y lo que hay, pero no tiene que suponer nada a la hora de relacionarte con la otra persona. Te puede impactar, vale. A partir de ahí, todo puede seguir fluyendo, ¿no? En mi caso, no fue así.

Lo de ir o no maquillada, algo a lo que yo no le daba ninguna importancia, acabó influyendo en nuestros planes. Y no por mí, si no por él. No era “yo, así, no voy a ese sitio”. Era “yo, así, no te saco”. Literal.

Lo comprobé las siguientes veces que quedamos en su casa. Si llegaba sin maquillar, me decía que le apetecía quedarse viendo una peli o una serie y pedir algo de comer. Si llegaba maquillada, el cambio era radical. Entonces se le iluminaba la cara. No solo eso, sino que me paseaba como un trofeo por los bares y pubs, presentándome a gente que jamás he vuelto a ver. Como si me quisiera presumir.

Llegué a preguntarle por el asunto, pero no lo reconoció. Me dijo que bueno, que había días que no le apetecía salir y ya está, que tampoco pasaba nada. No insistí más porque yo a aquello no le veía mucho futuro por esa y otras razones, así que, ¿para qué?

No es el único con el que me he encontrado que le dé tanta importancia a la imagen, pero sí es el primero que va más allá de preferir un físico normativo. Lo que él quería era más que una chica que se ajustara a los cánones. Era una imagen digna de Instagram para que sus amigotes validaran su buen gusto y su supuesto éxito con las mujeres guapas.

 

[Texto reescrito por una colaboradora a partir de un testimonio real]