Queridas mías, hoy os vengo a contar el resultado de un día de aburrimiento, nada en la tele, y mi querido móvil en la mano dejando pasar fotos y fotos de maromos.

Era un día cualquiera por la tarde, todas mis amigas estaban súper ocupadas. Me encuentro en esa curiosa edad donde la mitad de tus amigas están casadas y con hijos y la otra  más solteras que nunca, el problema está en que, cada vez quedamos menos de las solteras y muchas veces no salen tantos planes como antes.

 

La vida queridas, que para mí nunca ha supuesto un problema, pero si es verdad que hay momentitos donde te aburres, y en vez de ponerte una peli y un vinito como Dios manda, se me ocurrió la brillante idea de darle match a Jaime.

Era el típico chico que no dirías de primeras que es guapísimo, pero lo describes con el típico “no es guapo, es atractivo”.

Y vaya si lo era, además el chaval prometía, escribía sin faltas de ortografía (cosa que agradecí enormemente) compartíamos bastantes gustos, y en fin se podía tener una conversación distendida con el.

Cuando ya llevábamos como tres horas hablando, y viendo que se aceraba ya la hora de cenar, le propuse a Jaime conocernos en persona, total íbamos a seguir hablando igualmente y dado que vivía cerquita de mi ¿Qué mejor plan podía haber?

 

No se lo pensó mucho y acordamos quedar en una hora en un bar que nos pillaba a mitad de camino a los dos, corrí cual colibrí a la ducha para atusarme y prepararme para mi cita.

Llegue 10 minutos tardes, para no variar, soy así hijas mías. Y ahí estaba él, esperando en la puerta del bar mientras se echaba un piti. Lo bueno de llegar la última es que no tienes que estar con cara de póker esperando a que llegue el otro y pude ficharle mejor.

En cuanto me vio tiró el cigarrillo al suelo y me dedicó una amplia sonrisa, nos dimos dos besos un poquito tímidos y para dentro del bar que fuimos.

Nos sentamos en una mesa en una esquina, todo muy íntimo y apartado (¡mejor!) y empezamos a hablar relajadamente. Jaime era divertido y entretenido, no tenía la típica conversación de besugos.

Así estaba yo de felicidad

Le propuse tomar algo de cenar y acepto sin problema. Fue aquí cuando se empezó a torcer un poquito la cosa.

Jaime ni corto ni perezoso pidió dos tercios más y algo para cenar, no soy de las que le gustan que pidan por ella y menos un desconocido que no conoce bien mis gustos, pero bueno le sonreí y asentí en plan bueno vale no me disgusta la comida.

En esto que nos traen las cervezas y me suelta, “espero que no te importe pero es que hoy hay un partido muy importante y yo soy bastante de futbol y me gustaría verlo”.

 

En un primer momento me sentó un poco mal, pero dije, bueno vale, un futbol así de fondo lo puedo tolerar.

Mi cara en ese momento

 

En esto que ya nos traen toda la comida y cuando nos íbamos a poner con  la cena, me doy cuenta de que la muy cara dura, coge saca SU móvil del bolsillo, se pone a buscar el partido y coge ¡Y pone el puto fútbol a todo volumen!

Yo estaba entre flipando y flipando más fuerte, pero ahí no paro la cosa, cogió su botellín lo puso en frente mío y fue donde se colocó el móvil, mientras iba cenando sin prestarme ni un puto segundo de atención.

Estaba totalmente embelesado con el partido y solo hablaba comentando él solo las jugadas y demás.

Para mas situación, el bar era un sitio tranquilo que no tenía ni siquiera tele, y por tanto había un ambiente más bien silencioso, por lo que solo se oía el murmullo de la gente conversando tranquilamente y el PUTO FÚTBOL desde su teléfono.

En esos momentos yo no sabía dónde meterme, la gente empezó a mirarnos y comentaban entre ellos ¡Cómo para no hacerlo!

No solo estaba montando un escándalo que para qué, si no que estaba pasando de una forma muy humillante de mí y además delante de todo el mundo.

Intenté hablar con él un par de veces en plan “hola que tal sigo aquí” y él seguía totalmente atrapado con su móvil, y solo me decía pequeños monosílabos.

Así que sí amigas mías, la paciencia tiene un límite y da gracias que yo tengo bastante más educación que él, porque era para mandarlo a mamarla ida y vuelta. Por lo que respiré hondo, me serené, recogí mis cosas tranquilamente y con la mejor de mis sonrisas le solté un ¡Hasta nunqui, me piro!

Y ahí se quedó el tío, con cara de no saber que acababa de pasar y sin entender la situación ¡Tócate los cojones!

Salí del ese bar con la cabeza muy alta y jurándome a mi misma no volver a quedar con nadie en una buena temporadita. Llegué a casa, me puse mi pijama calentito, cogí comida QUE HABÍA ELEGIDO YO, me metí en la cama y me puse a ver Netflix que era lo que tenía que haber hecho desde el principio.

A nuestro querido Jaime le bloqueé nada más salir de ese bar, y de verdad os lo digo ¡Nunca más!

 

ANónimo

 

Envía tus historias a [email protected]