Dicen que muchas veces no vemos las cosas aunque las tenemos frente a nuestras narices un poco llevadas por la ilusión. Y lo digo porque estoy prácticamente segura de que esto es lo que me ha pasado a mí en mi último encontronazo con un mozo de Tinder. ¿Decepción? Sí, la he sentido, aunque a día de hoy pienso más bien en la rabia que me da las buenas vibraciones que yo tenía con ese señor.

Vamos a apodar a este hombre como Manolo, ni confirmo ni desmiento similitudes con su nombre real. El caso era que Manolo y yo hicimos match en la aplicación y pronto conectamos mucho a través de los mensajes que nos enviábamos a diario en el chat. Manolo además llegaba en una época bastante jodida para mí porque en mi familia el Covid había entrado con fuerza enfermando de gravedad a mis abuelos y a mis tíos. Mis padres, personas además de riesgo por ser enfermos crónicos, se habían librado hasta entonces y en casa apenas hacíamos vida en el exterior más allá de los estrictamente indispensable.

Por eso cuando di con Manolo y vi que conectaba tanto con él me alegré muchísimo. No iba a saco y me parecía una maravillosa coincidencia que él tuviese mi misma postura con respecto al coronavirus. Según me había contado su padre había pasado por un trasplante de pulmón hacía poco tiempo y contagiarse de Covid podía ser mortal.

Así que poco a poco fuimos forjando una amistad muy interesante. Charlábamos a diario, nos contábamos cómo había ido nuestro día, nos preocupábamos el uno por el otro y hablábamos constantemente de esos miedos que acumulábamos y de cómo llevaban nuestras familias todo esto.

Tras dos meses de chateos continuos decidimos tener nuestra primera cita a través de una videollamada y os puedo asegurar que fue una experiencia que no olvidaré jamás. Habíamos quedado en tomarnos juntos unas cervezas y aunque en un principio el plan se me hacía bastanre raro lo cierto fue que no lo fue en absoluto. Estuvimos unas tres horas hablando y tonteando muchísimo, lanzándonos la caña y sonriéndonos mutuamente. Y mientras el alcohol iba haciendo efecto yo me envalentonaba para lanzarme virtualmente a los brazos de Manolo.

Aquella cita fue un poco el punto de partida de la que fue una relación total sin vernos en persona. Y según pasaba el tiempo las ganas de conocernos iban a más, por supuesto. Manolo me propuso que planificásemos nuestra primera cita en persona cuando al fin ambos estuviésemos vacunados y a mí me pareció perfecta la idea.

Y según se acercaba la fecha las cosas se fueron poniendo más calientes. Se veía que Manolo y yo íbamos en serio y muchas noches nos llamábamos por teléfono antes de acostarnos para mantener alguna conversación más allá de la cordialidad. Por mi parte nunca había tenido una relación así y me volvía loca el pensar en cómo sería ese momento de poder tocarnos y estar juntos, sabía que sería una fantasía. Si por teléfono todo iba tan bien estaba totalmente segura de que lo mío con Manolo iba completamente en serio.

Le pusieron la segunda dosis de la vacuna a Manolo para poco después citarme a mí. ¿Conocéis esa sensación en la que descuentas los días con muchísima ilusión? Algo así como cuando de pequeña iba a ser tu cumpleaños o te ibas de excursión con tus amigos… Pues así estaba yo, muerta de ganas porque llegase ese día en el que los dos estuviésemos completamente inmunizados.

Le comenté a Manolo la fecha que me habían dado para la vacuna y él me respondió con el clásico emoji de la sevillana de WhatsApp. Ese fue el último mensaje que recibí de aquel hombre del que me había chiflado durante cuatro meses.

Pasamos de hablar durante todo el día a que Manolo directamente me dejase en visto, sin cortarse lo más mínimo y dando cero explicaciones. ¿Los motivos? Los desconocía. Mi cabeza solo barajaba sin cesar motivos por los que Manolo podía estar comportándose de aquella manera conmigo. Al principio buscaba excusas, intentaba pensar en que algo podía haber pasado. Después decidí volver a buscarlo en Tinder y ese perfil que desde que nos conocíamos había desactivado de pronto volvía a estar ahí, buscando una nueva mujer con la que compartir su tiempo.

Un Manolo inmunizado que se había aburrido de mí, que ya no quería saber nada de mi vida y que lo había pasado bien durante un tiempo, pero hasta allí. Un ghosting en toda regla ahora que los dos ya podíamos juntarnos y divertirnos en persona. Lo último que escribí en nuestro chat fue una despedida en la que le di las gracias por haberme ilusionado durante tanto tiempo pero también donde le dejé claro que los mierdas como él no son dignos de hacerme daño.

Anónimo

 

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