He tenido muchas citas surrealistas, más de las que me gustaría para ser sincera, pero ninguna me ha cabreado tanto como la que lamentablemente viví el pasado viernes. Coged palomitas y preparaos para indignaros conmigo.

Uso mucho Tinder. ¿La razón? Que trabajo mucho y sólo puedo ligar en el curro (descartado), en el autobús (no se ha dado el caso) o desde el móvil. Tampoco os penséis que soy una ligona que cada día está con alguien. OJALÁ, pero no. Normalmente los ligues me duran un par de semanas o un mes como mucho, dependiendo de si el follisqueo es lo suficientemente bueno como para repetir.

Mi anterior conquista me dio calabazas porque volvió con su ex. En realidad me jodió un poco, porque congeniábamos mucho en la cama y me lo pasaba muy bien con él. Podría decirse que éramos follamigos. Así que tras superar el duelo –vaaaale, lo reconozco, me pillé un poquito– decidí volver al mágico mundo de Tinder. Conocí a Juan. Ingeniero informático. Barba de tres días. Media melena de lo más sexy. Friki. Gustos musicales y cinematográficos parecidos. Vamos, un like en toda regla.

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Tras varios días hablando por WhatsApp decidimos quedar en una cervecería en la que también servían hamburguesas y perritos calientes. El plan no tenía lagunas, además por lo que había dejado entrever en nuestras conversaciones era un tío muy divertido y sensato.

Llega el viernes y yo me visto con mis mejores galas. Llego puntual y ahí está él, tan atractivo como en las fotos. Primera impresión: buena.

Me siento y empezamos a hablar mientras las cañas de cerveza van acumulándose en la mesa. Todo parecía ir bien hasta que de repente hace un comentario que enciende mis alarmas:

– El otro día leí un titular de una noticia y me acordé de ti. Decía algo como que había que eliminar las carreras de letras para que haya menos gente en paro.

Y yo puse cara de circunstancias, pero no dije nada. Quise esperar a ver cómo seguía su discurso.

– En realidad no me parece tampoco mala idea. Al final filosofía, filología o todas esas carreras están bien como hobby para aprender cosas, pero de cara a trabajar… Mejor una carrera de verdad, ¿no?

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Os prometo que no entendía nada. ¿Cuál era el objetivo de decirme eso? ¿Ofenderme? ¿Debatir sobre algo que no tiene sentido? Así que me contuve como pude y evité entrar al trapo, pero no lo conseguí porque siguió erre que erre con la cantinela de que las carreras de letras no son “de verdad”. Salté, discutimos, me terminé la caña y me fui. Sobra decir que bloqueé a Juan de todas las aplicaciones habidas y por haber.

Estudié filosofía y no me arrepiento. He tenido malas rachas en las que dudaba de mi misma, pero como todas las personas independientemente de si han estudiado filosofía, bellas artes, filología inglesa, ingeniería informática o medicina. Ninguna profesión te asegura un trabajo digno, aunque haya algunas con más salidas que otras. Ah, y mirar por encima del hombro a los de letras tiene gracia en 1º de bachillerato, pero con 30 años es bastante ridículo.

 

Anónimo