Llevo usando Tinder ya no sé ni los años y absolutamente jamás me había salido algo decente… Tengo historias pa contar y aburriros a todas durante una noche de copeteo entera. Desde el señor que me dijo que el reflejo de la luna en mis ojos era lo más bonito que había visto en su vida la primera noche, hasta el hombre que me llevó un domingo por la tarde a la puerta de un club de intercambio de parejas sin haberme avisado antes, pasando por el chico que se emborrachó y se puso a llorar por su ex all night long.
PERO esta vez creo que me ha salido bien, no quiero gafarlo y de hecho hasta me da medio yuyu escribir este post, pero ya hace más de un mes de aquel match y ha ido todo tan bien, que hasta estoy animando a mis amigas a que le den un intento más a esta aplicación del demoño.
Pues nada, hicimos match el 23 de diciembre, el cómo me parece curioso. Yo ya hice match con él hace casi un año, la última vez que tuve Tinder antes que esta (me instalo y desinstalo esa mierda cada 2×3), hicimos match, yo me borré la app y nos perdimos mutuamente porque no nos habíamos dado ni el nº ni ninguna otra red social. Entonces esta última vez ha sido cuando un señor de 34 me llevó el día del Señor a un club de swingers sin previo aviso, yo me fui de allí, llegué a casa y me metí a Tinder para borrarlo porque definitivamente ahí no iba a encontrar nada, y de repente… él: superlike. Le vi la carita otra vez y fue como… AY, EL MÚSICO, ESTE ERA MUY MAJO.
Le di el match y mi número, no tenía nada que perder, le dije que me iba de Tinder porque los de su especie me daban asco, me habló por WhatsApp y ahí comenzó todo. Todo esto pasó el 23 de diciembre, yo al día siguiente me iba al pueblo por Noche Buena y no volvía hasta el día 2. Nos dedicamos a hablar y hablar y hablar. Sin parar, cada maldito día a todas horas. De cosas más profundas y cosas más rutinarias, no parábamos de decir que nos moríamos de ganas de vernos, que vaya mierda la distancia y esas cosas malas que pasan cuando las cosas tienen que pasar.
Así estuvimos hasta que volví a la capital y llegó el momento. Yo lo estaba esperando en la puerta del metro, SÚPER nerviosa. Todo el rato rezando para que me gustase, para que fuese al menos la mitad de guay que a través de la pantalla, que por lo menos no fuera un creepy baboso asqueroso. Lo veo aparecer y… SÍ, ME GUSTA MUCHÍSIMO. Físicamente digo, tiene los ojitos chinos y la sonrisa enorme, yo más a la vida no le puedo pedir la verdad.
Empezamos a pasear por la latina en busca de algún sitio en el que poder entrar y todo estaba lleno, al final encontramos uno. Empieza a hablar y a hablar y a hablar, yo solo puedo escucharle y alucinar con que esto esté pasando de verdad. Me habla de su trabajo durante casi una hora, con pasión, le brillan los ojos todo el rato, hila una cosa con otra y no se calla nunca y yo todo lo que puede pensar es ‘por favor, no pares’. Tengo que aclarar que de normal yo soy la que habla, no la que escucha, por eso estuve flipando all night long, de hecho se lo dije y me dijo ‘qué extraño, yo suelo ser el que nunca habla, pero es que contigo no no me apetece callarme nunca’.
Estuvimos hablando sin parar hasta que nos echaron del garito a las tres de la mañana, más de cuatro horas de conversación maravillosa, exactamente como las que teníamos a través del móvil, pero mirándonos a los ojos, rozándonos las manos de vez en cuando y con tres jarras de cerveza maridándolo todo.
Nos echaron y llegó el momento de y ahora, ¿qué? Estaba todo cerrado en la zona, yo le dije que quería seguir hablando con él, él me dijo que quería seguir hablando conmigo. Me dijo que cerca de su casa había un irlandés que con suerte encontraríamos abierto, así que nos encaminamos hacia allá. Todo el tiempo que duró el paseo estuvimos haciéndonos preguntas chorras, preguntas más serias y dándolos a elegir entre dos opciones siempre teniendo que elegir una sí o sí. Sin darnos cuenta llegamos a la puerta del sitio y… estaba cerrado. Le dije que tenía toda la pinta de que la noche iba a acabar ahí, que Madrid no quería que siguiéramos, que qué pena, pero que por mí nos podríamos volver a ver al día siguiente.
Entonces pasó. Se acercó a mí, en plan mucho, me miró y me dijo ‘yo no quiero que te vayas’. A mí se me atragantó el alma en la garganta, me quedé mirándolo a esos ojitos chinos y le dije ‘yo tampoco me quiero ir’. Nos quedamos así, como tres segundos super largo y me dijo ‘me voy a acercar, ¿vale?’. Y yo me quedé quieta, inmóvil, casi sin respirar, mirando como poco a poco se iba acercando a mi, despacio, a mis labios y mi besaba. Y nos besamos. Nos besamos mucho, muchísimo. Despacio, muy lento, nuestras bocas encajaban perfectamente, de verdad que sí, no recuerdo un primer beso como ese. Las bocas se movían solas, yo solo podía cerrar los ojos y respirarle, qué bien olía, coño. Era de otro mundo. Luego los besos dejaron de ser inocentes para pasar a ser ansiosos, desesperados, con ganas. Las manos volaban por los chaquetones, los cuellos, los pelos… Mira, es que lo recuerdo y me pierdo un poco. Terminamos después de más de quince minutos de besos, sin respiración y le dije ‘ahora no me quiero ir a casa’. ‘La mía está aquí al lado’.
Y así fue como por primera vez en mi vida mi tiré a un chico la primera noche que lo conocí. Con veinticinco años y no fue una noche de locura y borrachera, bueno… Espera, que quizá sí. Fue absolutamente genial, cada segundo de esa bendita noche. Me hizo sentirme guapa, deseada, escuchada y entendida. Sé que es mucho para decir de una sola noche, pero fue la verdad.
No sé cómo acabará esto, a dónde irá eso, os puedo adelantar que esa semana nos vimos cuatro veces y que a día de hoy seguimos viéndonos al mismo nivel. Dure lo que dure… Tinder, gracias.