Soy una paleta. Esto es así. Me costó lo mío aprender a usar el ordenador, (de hecho, cuando os escribo algo, lo hago con un cuaderno y un boli que me regaló Papa Noel super cuqui). Y ya si hablamos de aplicaciones de moda…aún sigo intentando averiguar cómo coño se usa Instagram, y qué narices es TikTok.

Hoy, os vengo a contar cómo me enteré yo de lo que era Tinder.

Hablando con mi compañera de piso “la loca” (algún día os hablaré de ella), me recomendó probarla, ya que estaba sola los fines de semana desde que mis amigas se habían echado parejas.

Mi compa me dijo que era una aplicación para hacer amigos. Que la mayoría de sus amigas habían salido de ahí y que era la polla con cebolla.

Como para entonces solo llevaba un par de meses viviendo con ella, y aun no sabía que estaba loca ni que mentía más que hablaba, pues me lancé al lío.

Me descargué Tinder y me fui derecha a buscar amigas nuevas para salir.

Hice match al poco con una chica. Parecía muy maja y empezamos a hablar de inmediato de todo y nada en general.

También era de fuera, como yo, y aquí solo conocía a su pareja.

Como yo estaba casi a punto de irme de vacaciones (donde protagonicé “Pa’una vez que corro, casi enseño tol potorro”), decidimos hablar un tiempo por whatsapp antes de quedar, para ver si éramos compatibles. Me pareció una idea cojonuda, ya que en persona nunca sé de qué hablar con una desconocida, así podíamos romper el hielo y conocernos cuando ya hubiera confianza.

Empezamos a hablar a todas horas, como si fuéramos BFF, incluso mi madre pensó que me había echado novio nuevo de lo entretenida que estaba con el móvil a todas horas.

Volví de vacaciones, y quedamos ese fin de semana para tomar unas cervezas. La verdad es que súper bien, conectamos desde el principio y me reí un montón.

Por la noche me escribió para quedar al día siguiente para “cenar en su casa”. ¡Qué maja! Pensé yo. Seguía sin ver nada raro.

Pero ya al rato, me dijo que al ser la primera vez estaríamos solas, y si iba todo bien, su novio se nos uniría a la próxima para mirar, hasta que me sintiera cómoda como para que se nos uniera. Le contesté que me parecía mejor que se nos uniera directamente, que me iba a sentir más incómoda si me miraban mientras comía. Para rematar, le mande un par de emojis de guiño, guiño. 

Creo que, aunque me hubiera mandado una foto de ella en bolas en la cama con un cartel luminoso enmarcándole el potorro, no me hubiera dado cuenta.

No vi nada raro hasta que me contestó si sabía a lo que me refería con “cenar en su casa”.

Llamé a mi mejor amiga, quién se descojonó de mí lo más grande, y me explicó lo que estaba pasando realmente, y la misión de Tinder en este mundo.

Por lo visto, cuando leí su descripción en Tinder, malinterpreté la frase donde decía “mi pareja y yo buscamos a alguien para salir de la rutina, y pasar un buen rato los tres, juntos o por separado”.

¡Querían pervertirme y comerme todo lo negro!

Si os preguntáis que pasó después, me dio mucha vergüenza lo cateta que había sido, le hice un gran ghosting y la bloqueé de todos los lados. Nunca más supe de ella.

A Tinder le concedí otra oportunidad por tres días más, tiempo que fue suficiente para conocer a mi marido y retirarme de ese submundo de lujuria y perversión.

 

Andrea.