Nos conocimos de fiesta. Amaia es la camarera pivón del bar al que siempre vamos y lo mismo que tonteaba conmigo, tontearía con media ciudad, pero el caso es que me vi con posibilidades y le hablé por whatsapp para quedar y cenar un día. Al final la cena fue comida, en más de un sentido.

Primero, porque tenía que entrar a currar al bar por la noche, así que nos vimos al mediodía, y segundo, porque nos comimos hasta el último rincón durante toda la tarde. Qué fantasía.

No llevo mucho tiempo liándome con tías, con lo cual todavía me queda mucho por descubrir, y ella me abrió mundos y universos. No había tenido sexo tan increíble con un tío en mi vida. Me quedé pilladísima.

Seguimos hablando por whatsapp; yo sentía mogollón de química entre nosotras. Hablábamos de mil cosas y no nos aburríamos, se nos hacían las mil whatsappeando sobre cualquier tontería. Las dos queríamos volver a vernos cuanto antes, pero como no lo teníamos fácil para cuadrar horarios de curro y otras cosas, empezamos a mandarnos fototetas y fotochochos para ir calentando. 

Empecé a pensar solo en ella. No me concentraba en los libros que intentaba leer, y lo mismo me pasaba con las series. Hablaba con colegas y les daba la turra que no veas, Amaia por aquí, Amaia por allá.

Dedicaba el tiempo a mirarle el insta, o buscarle en google, y demás gilipolleces que hacemos cuando nos pillamos de alguien.

El caso es que un buen día, me desperté bien cachonda y le empecé a escribir guarradas, a lo que ella también contestaba guarradas. Dijimos que íbamos a mandarnos una foto de lo que estuviéramos haciendo en ese momento, y conforme yo sacaba mi huevito vibrador y me buscaba un poco de lencería para lucir, me llegó una foto suya. Pensé “qué rápido”, y la abrí.

Lo que vi me dejó loquísima.

Una pedazo de mierda gigante ahí en el fondo de un váter y, por si hubiera dudas de que era suya, dos dedos en forma de “V” al lado, con las uñas pintadas a lunares, exactamente como las llevaba cuando nos habíamos enrollado. Yo no sabía dónde meterme.

Que yo entiendo que cagar cagamos todas, y que no tiene que ser un tabú y lo que quieras, pero sacarle una foto a tu ñordo y mandársela a la tipa con la que te estás liando, no lo puedo comprender. Así de claro. Me dio una cosa entre asco e indignación que yo no sabía qué hacer, si decirle algo o dejar que pasara desapercibida (imposible), pero no sabía dónde meterme. Me marqué un emoji de esos de llorando de la risa, pero vamos, nada más lejos de la realidad. 

Cuando volvimos a vernos, lo primero fue lo primero, y fue mejor que la vez anterior. Pero durante el después, no podía dejar de pensar en la foto de la mierda y preferí hablar del tema que dejarlo pasar.

Le dije que había flipado un poco con esa foto, y se lo dije al principio como entre sonrisas, pero su actitud me sorprendió casi más que la foto. La tía, todo seria, preguntando a ver por qué. Incluso como un poco desafiante, me pareció a mí.

Le dije que me parecía bastante asqueroso en sí, o sea, lo hiciera quien lo hiciera, no por ser ella y no por ser yo. Me saltó con que no me creía, que eso tenía que ver con estereotipos, con que las chicas no se tiran pedos delante de la gente porque no está bien visto pero los tíos sí… Y yo no sabía cómo hacer verle que todo eso me daba igual, que ya algún día podíamos debatir sobre estereotipos, pero que a mí no me gusta que me manden una foto de una mierda, vaya, que no me parecía mucho pedir. 

Oye, pues hasta ahí llegó todo. Ella me vio como una heterobásica reprimida y yo me quedé loca, y las dos quedamos en que mejor que corra el aire. Ahora nos vemos en el bar constantemente pero no hemos vuelto a hablar, y todo por semejante gilipollez.

Anónimo.