Hace como 3 meses que rompieron conmigo. Había sido una relación muy intensa. Sólo había durado el verano y además, era mi primera relación seria.
Todo ocurrió bastante de repente, o quizá no quise ver las señales. En cualquier caso, antes de comenzar mi relación seria, yo continuaba mi relación de follamigos con un hombre. Tengo que llamarle así porque era 20 años mayor que yo.
Cuando empecé a conocerle de una manera más seria, dejé a mi follamigo de lado porque realmente estaba bastante ilusionada por como estaban fluyendo las cosas entre ambas.
Se convirtió en ex follamigo, lo que no te quitó que me hablase de vez en cuando para ver si nos veíamos y tal. No fui sincera con él sobre esta nueva relación y las largas no fueron en absoluto suficientes para que viera mi rechazo sexual… Quería una amistad, a secas.
Cuando se terminó la relación, me quise apoyar en él. En cierto modo, es una persona con la que he compartido muchas confidencialidades y, para añadidura, da buenos consejos.
Después de varios meses sin habernos visto, él me propuso que no viéramos. Acepté. Me apetecía desahogarme con una persona con la que me siento en confianza y ya no solo eso, me apetecía que nos pusiéramos al día el uno del otro y tener esas conversaciones que solíamos tener y que duraban horas y horas.
Aquella noche, fuímos a un mirador al que me encanta acudir cada vez que necesito encontrar paz.
Nos saludamos y desde el comienzo, notó una mirada apagada, en un semblante con ojeras y pálido de haber estado en vela durante varias noches. Él es una persona espiritual, y desde el momento en que me vió, sin decirme nada, se acercó y me abrazó. Espero que este abrazo te transmita buenas energías.¿Cómo estás? -me dijo.
Nos sentamos en el murito a contemplar las vistas. A partir de ese momento, empezé a desahogarme. Él mientras me abrazaba para ofrecerme consuelo.
Sin embargo, el problema apareció. Las cosas se transjiversaron de un modo que no podía imaginar. Empezó a agarrarme los pechos, desde el exterior, para luego meter las manos en el interior de la camiseta…
Le pedí que no lo hiciera y continúo. Tras un tiempo, acariciando mis pechos, quiso besarlos. Y lo hizo.
Al poco tiempo, me pidió que me tumbara y me relajase, que íbamos a realizar un ejercicio de mediación. En un principio, fue así. Me pidió que realizara respiraciones profundas con el abdomem; pero empezó a levantar mi camiseta de nuevo, hasta dejar desnudo mi torso. Me tocaba los pechos y besaba mi vientre. No me estaba sintiendo cómoda. No me apetece esto, en serio -le decía. Él me respondía que me relajase, que esto me iba a venir bien, que merecía la pena…
Por suerte, cuando ya iba a proseguir más a fondo tocando mi coño. Un grupo de niñatos se apareció por el mirador. Cargaban bolsas con litronas y unos altavoces que retumbaban reggaeton.
Decidimos levantarnos e irnos de allí.
En el camino de vuelta, me preguntó porque me percibía tan poco receptiva y le respondí que no estaba de humor, que estaba mal y NO quería NADA de sexo.
Al llegar a su furgoneta, íbamos a despedirnos cuando se me ocurrió preguntarle para conocer de verdad cómo llevan esto de las relaciones abiertas y cuál eran los valores fundamentales en la relación con su chica.
Me invitó a entrar en su furgoneta. Quisé resistirme internamente, porque mi intuición me anticipó un mal presagio, pero ¿qué podía ir mal? El interior de aquella furgoneta había guardado durante meses, sigilosa, el placer y los secretos de dos personas atraídas entre sí. Sabía que podía dar lugar a una de aquellas conversaciones tan extravagantes que solíamos tener tras un buen polvo y que podían durar toda una noche.
Vuelvo, con un sin embargo, aquella noche creo que ninguno de los dos se hizo entender o no quisimos hacerlo. Yo quería hablar, él quería follar.
Mientras hablábamos trataba de tocarme. Le cogía las manos y se las quitaba o me apartaba de él. No quiero nada de sexo, no estoy bien y no me siento cómoda. Continuaba insistiendo. Metía la mano en el interior de mis bragas. Hacía mucho que ella y yo no teníamos una charla -insinuaba. Y empezaba a acariciar toda la zona. Por favor, no me siento cómoda -le repetía.
Ahora una de sus manos se dirigía a mi ano. Trataba de estimularlo. La conversación hacía rato que flaqueaba por no decir que se estaba yendo a la mierda. No tenía sentido hablar de sentimientos mientras tratan de hacerte dedos en el culo… Quería irme.
Su plan b, fue que le tocase la polla y le quité la mano. Me siento rechazado -reaccionó. Es que no quiero nada, te lo estoy diciendo -le respondo con tono más serio.
Le sigue importando una puta mierda la conversación. Ahora empieza a pajearse. Yo cada vez, siento todo más asqueroso. Me quiero ir. Quizá así, me pueda ir ya. Pero el plan c cambia a que quiere masturbarse rozándose contra mí. Se coloca encima mía, me abre de piernas y comienza a restregarse pantalón con pantalón.
Han pasado 3 meses pero lo recuerdo con tal nítidez que sigo sintiendo la misma impotencia de aquel momento, porque en esos instantes me abrazaba y me daba besos, a la vez que añadía: te quiero, te quiero tanto…
Aquí es donde se rompe la narrativa y expreso como me sentí. Me sentí sucia, frustrada, y confundida. Traté de no llorar, pero el nudo en la garganta estaba ahí. Me sentía traicionada. Jamás un te quiero o un beso me han sabido tan a pura mierda.Y no, no podía quitármelo de encima, tenía sobre mí a un hombre de 100 kg y más de 1’90m. Y yo, una tía de 1’60 de unos 55kg…
Sólo quería que terminara. Y una vez terminó, me volvió a besar, se quitó de encima mía, se colocó la polla entre los calzones y salimos de la furgoneta. Nos despedimos. Volví a mi casa en shock, sin realmente llegar a comprender qué cojones había pasado.
Vuelvo a pasar la noche en vela y lo comprendó. Habían abusado de mí.
#NOesNO