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El moho me está amargando la existencia
Hace poco que me he comprado un piso. Pocas cosas son comparables con la emoción de entrar a un lugar y saber que es tuyo. Bueno tuyo y del banco, pero en propiedad, al fin y al cabo.
En ese momento hay muchos proyectos, ilusión, ideas de como decorar, sueños de todos los momentos que vivirás en ese lugar… Me había costado años y años de ahorros y penurias, pero por fin lo había conseguido. El piso era mío.
Unos meses después empezaron los problemas. Un rodapié despegado por aquí, un enchufe que se quema por allá… nada que no se pudiese arreglar con un par de cachivaches de bricolaje y algún video de YouTube. Pensé que podía controlarlo todo, que solucionar las pequeñas taras de mi hogar sería algo sencillo, hasta que me encontré con algo contra lo que jamás me había enfrentado, algo que aun no soy capaz de controlar.
Empezó con una pequeña manchita. Había llovido mucho y aunque abría las ventanas para airear la casa cada día, una mañana me encontré unas esporas amarillentas en la pared. No me preocupé demasiado. Busqué remedios caseros para ese tipo de manchas y armada con una mascarilla y un ungüento a base de agua y legía, lo limpié.
Pasaron un par de semanas y todo era aparentemente normal. Estuve un par de días fuera de casa y al llegar estaba impaciente por disfrutar de mi hogar, pero cuando llegué a mi habitación encontré algo que jamás pensé que vería; casi toda la pared estaba verde, también parte del techo. El moho se había reproducido a una velocidad asombrosa y había entrado en los cajones, en los armarios. Había manchado la ropa, se había pegado a muchos de mis bolsos y zapatos de piel, dejándolos inservibles y había colonizado todos los muebles de madera.
Aquel lugar ya no era mi habitación, era un infierno verde y pestilente. Me quedé paralizada, me sentía impotente, no sabía como reaccionar ni como empezar a enmendar el desastre. Cuando pude recuperarme del schock, saqué toda la ropa y la metí en sacos para llevarla a una lavandería. Si tenía que lavar todo eso en mi lavadora, tardaría semanas. Vacíe muebles y tiré todo lo que el moho había dejado irrecuperable. Fue una sensación horrorosa ver como mis cosas habían sido destrozadas por aquel hongo.
Pero me resigné. Fui a una tienda y me recomendaron un liquido especial y así, armada con un cepillo de cerdas duras, una mascarilla y varios botes de ungüento, limpié, raspé y fumigué al bicho.
Aquello pareció funcionar. Las temperaturas se suavizaron y durante el verano aproveché para pintar las paredes de la habitación, que aunque limpias, aun mostraban las secuelas de aquella colonización indeseada, con una pintura especial anti-moho. Barnicé los cajones por dentro y por debajo. También repasé el panel de la parte trasera del armario. Repasé cada esquina, cada rincón. Ya había vencido al moho, pero estaba decidida a hacer todo lo posible para que jamás regresase.
Infeliz de mí.
En cuanto llegó el invierno y prácticamente sin darme cuenta, una mañana descubrí que la parte trasera del armario estaba cubierta de verdín y que este volvía a expandirse por las paredes. No daba crédito a lo que veía. La ropa que estaba en el altillo se había vuelto a infectar y aunque había plagado el cuarto con bolsas antihumedad, el hongo había vuelto a encontrar la forma de reproducirse y había vuelto a destrozar parte de mis pertenencias.
Me sentí devastada. Me había costado mucho dinero y esfuerzo arreglar la habitación y no había servido para nada. No sabía que hacer.
He llamado al seguro, a especialistas pintores, albañiles, arquitectos. Me falta llamar a un exorcista, a los vengadores o a los cazafantasmas, porque esto no es normal. Cada semana limpio, seco, froto y desinfecto y a los pocos días vuelve a salir. He llamado a una empresa para ver si es que yo tengo tara y no se ya ni limpiar, pero con los mismos resultados.
Estoy desesperada. Por las noches sueño con el moho y por el día lo limpio. Este hongo infernal esta destrozando mi estabilidad mental.
Ya no sé que más hacer o a quién más recurrir. Pensaba que todo tenía solución en esta vida, pero está claro que este bicho persistente ha decidido demostrarme que no es así. Puedo ventilar todo los días, rociar fungicidas o entonar salmos, pero nada da resultado y he llegado hasta a plantearme dejar el piso. Todo el esfuerzo de años, todo el dinero y la ilusión tiradas por la borda. Me siento impotente y la situación está amargando mi existencia. Quizás suene tonto visto desde fuera, pero estoy llegando al límite de plantearme si debería rendirme y aceptar que he perdido, el moho ha ganado porque yo ya no puedo más.
Lulú Gala