Después de la bronca del siglo, me quedé hecha un lío. No sabía si creerle o no, si estaba siendo paranoica o si realmente me estaba poniendo los cuernos. Así que le dije que se fuera a casa de un colega unos días, que necesitaba espacio para pensar.
Durante esos días, intenté mantener la calma por los peques pero por dentro estaba hecha un desastre. No pegué ojo dándole vueltas a todo, buscando señales que quizás había ignorado. ¿Me habría sido infiel de verdad O estaba montándome una película en mi cabeza?
Al final, decidí que necesitaba ayuda y empecé a ir a terapia. Fue duro, pero necesario.
Me di cuenta de que mi matrimonio llevaba tiempo haciendo aguas. No solo por la posible infidelidad, sino por lo distantes que estábamos. Habíamos dejado de ser una pareja para convertirnos en dos personas que simplemente compartían una casa y unos hijos.
Así que decidí que era hora de plantar cara. Le pedí que volviera a casa para hablar.
Le conté todo lo que había estado pensando, cómo me sentía, mis miedos, mis dudas. Y él me escuchó. Por primera vez en mucho tiempo, sentí que realmente me estaba escuchando. Me contó que también había estado pensando, que se había dado cuenta de que había estado descuidando nuestra relación, que estaba arrepentido.
Pero también me dijo que no me había sido infiel. Que la mancha en el pantalón era realmente lo que había dicho, que se había masturbado en el hotel. No sé si fue la forma en que lo dijo, o el hecho de que había tenido tiempo para pensar y calmarme, pero decidí creerle.
Decidimos que queríamos intentar salvar nuestro matrimonio. Que ambos habíamos cometido errores, pero que queríamos trabajar en ellos. Empezamos a ir a terapia de pareja, a pasar más tiempo juntos, a recordar por qué nos habíamos enamorado en primer lugar.
He vuelto porque sé que muchas veces las historias se quedan sin final, porque solo solemos necesitar desahogarnos por cosas malas, pero a veces las cosas, pues se arreglan y también hay que contarlo.
Por cierto, no he vuelto a hacerle la maleta.
Besos.