Querida señora de la tienda, quería darle las gracias por varios motivos. Pero comencemos por el principio: gracias, en primer lugar, por recordarme que estoy gorda, pero he de comentarle que en mi casa tengo espejos. Por tanto, aunque me sepa mal decirlo, su comentario no era necesario. No era necesario que se acercase a mí, con sus sesenta años y sus más de cien kilos, y me pidiese que me diese la vuelta para, a continuación, decirme que había de ponerme a hacer la operación bikini. Para decirme que estaba gorda, y que yo ya «sabría que hacer al respecto». Como si estar gorda fuese un problema a solucionar, una enfermedad, algo así como la gripe. Ah, no, pero la gripe no la puedes evitar; estar gorda, sí, porque todo el mundo lo sabe: si estás gordo/a, es porque no te cuidas.
Claro que sí, guapi.
En segundo lugar, señora de la tienda, gracias por compararme con otra chica que había en el vestidor. Por decirme que parecía una modelo y que, yo a su lado, «estaba bien», que no todo el mundo puede tener el mismo cuerpo… Ah, no, espere: todo esto ya lo sabía. No comprendo, pues, porqué usted, señora, se ha esforzado en recordármelo.
Por otro lado, me gustaría agradecerle que me comparase con usted en su juventud. Cuando tan delgada estaba y usaba una 40. Ah, no, espere: mido 1’67 y peso 75 kg: también tengo una 40… ¿Somos tan distintas entonces, señora? Porque, de ser la respuesta no, soy incapaz de explicarme el porqué de su comentario, del «cuando era joven estaba muy buena…» y otros que me permitiré la licencia de omitir. Con todo ello, enhorabuena, ha logrado que me sintiera la persona más insegura y pequeña que había allí. Y, bueno, usted ahora usa una 54, ¿por qué no prueba esa tan recomendada «operación bikini»? La edad no creo que sea una excusa, señora de la tienda.
Para finalizar, le pido por favor, que mida sus palabras, que me llega a conocer dos años más joven y ayuno durante toda una semana. Por suerte, esa época ha quedado atrás… Pero, ¿sabe qué? en días como hoy, con comentarios como el suyo, me planteo volver a tomar decisiones estrictas con respecto a mi físico. Porque sí, lo reconozco: soy jodidamente débil, y vulnerable. Porque sus comentarios eran innecesarios, y me ha hecho retroceder a una época de mi vida en la que me odiaba, por culpa de su gordofobia.
Pero no se preocupe, señora, que he reflexionado y, por suerte, he cambiado. Ya no soy aquella niña débil que era capaz de matarse de hambre y hacer ejercicio durante horas tratando de lograr parecerse a alguien que jamás será. Así que esté contenta, que ahora mismo le escribo mientras me como un bocadillo de salchichón (ibérico, además). Es una lástima, pero tendremos que aplazar la operación bikini.
Ya no me extiendo más. En fin, señora de la tienda, desde mi más humilde respeto: váyase usted a tomar por culo.