Reproducimos el testimonio de una lectora enviado a [email protected]
Esto que voy a contaros me ocurrió hace ya muchos años, cuando yo tenía 17 y cursaba Bachillerato, pero me traumatizó de tal manera que a día de hoy a mis 29 años no me seco con una toalla en casa ajena a no ser que acabe de ver que la han puesto limpia. Eso, o me seco con papel higiénico las manos y la cara antes que arriesgarme a que me vuelva a pasar lo que me pasó aquella noche. Era viernes y había quedado con mi amiga Lara para estudiar para un examen que teníamos dentro de poco, y como ella vivía en una urbanización un poco alejada y se nos había hecho tarde su madre y ella me propusieron que me quedase a cenar y a dormir. Yo ya había ido infinidad de veces a su casa, pero normalmente nos quedábamos en la planta de abajo, donde había un pequeño aseo, o en el jardín, por lo que obviamente nunca había pasado al cuarto de baño de arriba, que estaba dentro del dormitorio de su madre, ni podía imaginarme la sorpresa tan desagradable que me iba a encontrar allí.
Pedimos comida china, cenamos las tres juntas y la madre de Lara nos dijo que si queríamos podíamos dormir en su habitación, ya que ella iba a salir a cenar con su pareja y seguramente durmiera en su casa; así tendríamos más sitio y además teníamos el cuarto de baño más a mano si teníamos que levantarnos entre noche, y obviamente así hicimos. Nos quedamos viendo una peli y hablando hasta las tantas, por lo que cuando quisimos dar el ombligo eran casi las 12:00; nos levantamos con la legaña pegada y con la intención de calentar las sobras de la noche anterior y de hacer una especie de desayuno-almuerzo, y mientras Lara hacía pis yo me lavé la cara.
El lavabo y el retrete estaban prácticamente al lado, y yo no me había dado cuenta de que en el toallero, que estaba entre ambos sanitarios, había dos toallas juntas: me sequé con la primera que pillé y me sorprendió que oliera fatal, como…como a pis, o a chichi sucio. Se me escapó un “puag, tía, esta toalla huele pila raro“, y me volví a lavar la cara con agua y con jabón, porque tenía completamente la sensación de haberme manchado de algo.
Cuando terminé, Lara me tendió una toalla limpia, la pobre estaba colorada como un tomate y parecía aguantarse la risilla. La pregunté que qué pasaba y al principio me dijo que nada, que cosas suyas, pero en cuanto insistí un poco me lo confesó: me había secado la cara con la chichitoalla de su madre. Resulta que a la buena señora no le gustaba el tacto del papel higiénico y decía que las toallitas húmedas le irritaban la vulva, así que tenía una toalla para secarse el chichi (y menos mal que era sólo el chichi), y no había encontrado un lugar más apropiado para dejar la dichosa toalla que el toallero en el que tenía también la toalla para las manos y la cara. Yo cuando me enteré estuve a punto de vomitar, ¿en serio me acababa de restregar los meados de la madre de mi amiga por toda la cara? Os juro que tuve que volver a lavarme con agua y jabón e incluso echarme colonia, porque no se me quitaba la sensación de suciedad y de asco que tenía, se me había metido el olor a pis en la nariz y necesité olisquear la colonia que me había dejado Lara durante un bueb rato.
Le reproché a mi amiga que no me hubiera avisado, pero claro, la pobre entre que se acababa de levantar, que normalmente no usaba ese baño y que creía que su madre habría echado a lavar la toalla como hacía cada noche, no había caído. Menos mal que cuando regresé a mi casa su madre aún no había llegado y no me encontré con ella, porque de verdad que no sé con qué cara la habría mirado, y las demás veces que coincidimos o que fui a su casa ya había desarrollado cierta capacidad de disimular. Nunca supe si Lara le habría contado el percance, ni ella dijo nada ni yo se lo mencioné y ahí quedó la cosa, como si no hubiera pasado, pero desde entonces siempre, SIEMPRE que he tenido que lavarme la cara o las manos en casa ajena he revisado las toallas, y ante la duda, me he secado con papel, que nunca se sabe lo que se puede encontrar una si se confía.