Lo que ves en internet vs la realidad

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    Cintia on #434969

    Os quería contar mi experiencia con airbnb en un viaje que hice no hace mucho:
    “Allá donde fueres, haz lo que vieres” o cómo marcar la casilla del cupo completo de experiencias en tu viaje. Bien es sabido que el guiri tiene licencia total para hacer el ridículo en cualquier lado del hemisferio, pero a veces viajar es un poco como Carnaval, donde está socialmente aceptado ser un poco menos “tú” y un poco más “tu personaje”; de modo que a menudo al salir de vacaciones estás más predispuesto (y es más que recomendable) a dejar tus escrúpulos culturales a un lado y adaptarte a las costumbres de tu nuevo destino.
    Claro que todo esto es muuucho más fácil de aplicar cuando tu destino es un lugar tan “exótico” como Londres.
    En cualquier caso, un poco así nos debimos de sentir cuando a la hora de escoger nuestro Airbnb en la capital de UK descartamos sistemáticamente todos aquellos apartamentos descritos como “de estilo nórdico” (queriendo decir “amueblados con cuatro piezas de Ikea”) en cuanto avistamos aquel rara avis sacado de una máquina del tiempo. El alojamiento en cuestión se nos presentaba a través de las fotografías como una joya victoriana engastada a pocos minutos del centro de Londres en transporte público y aderezada mediante escalinatas de madera cubiertas de gruesas alfombras, paredes empapeladas con estampados de rayas en rojo y oro, muebles oscuros y barrocos, bañera con patas, lámparas de araña, joyas en vitrinas y una extensa colección de retratos antiguos y bustos de porcelana decorando cada centímetro cuadrado del pequeño piso. Puestos a viajar a la lúgubre Londres, ¿por qué no sentirnos como actrices británicas del siglo IX envidiadas y anheladas a partes iguales pero sumidas en la miseria de la opulencia? O algo así, yo que sé. El caso es que el alojamiento tenía líneas de metro y bus cerca, supermercados alrededor, buenas referencias en la aplicación y wi-fi, porque unas quieren ser damas inglesas victorianas sin renunciar nunca a su generación Z. Y por qué no decirlo, además entraba dentro del reducido presupuesto de unas veinteañeras con mucha carrera y poca experiencia.
    Como cabía esperar, nos tiramos de cabeza a la piscina. Escribimos un mensaje en español a través de Airbnb a la anfitriona que, como cabía esperar también, nunca contestó, y le dimos al botón de reservar.
    Y aterrizamos en Londres. Tras muchas vueltas de GPS y alguna pregunta con poco inglés y mucha vergüenza a transeúntes autóctonos, llegamos al “encantador” barrio de nuestro pisito-reliquia dos o tres horas más tarde de lo previsto en el trip plannig. Nuestra encantadora anfitriona londinense de origen chino y edad cercana a la nuestra nos esperaba en el callejón que daba acceso al portal, y tras los correspondientes saludos procedió a explicarnos el funcionamiento de la cerradura de aquella cápsula en el tiempo y abrió.
    Lo primero que notamos fue ese olor a libro viejo. A libro centenario. El minúsculo recibidor tenía las paredes recubiertas del esperado papel pintado, pero además estaba abarrotado de todo tipo de cachivaches de difícil catalogación entremezclados con cantidad suficiente de bolsas de comida de gato como para sobrevivir a varias cuarentenas seguidas de COVID-19. Las sucesivas capas de polvo que lo envolvían

    todo se incluían gratis en la oferta, o eso pensamos, pero sin malicia: hacía falta mucho valor para ponerse a limpiar y ordenar todo aquello. Comenzamos a trepar por una empinadísima y desvencijada escalera de madera en pos de nuestra anfitriona cual montañeras aficionadas tras su sherpa guía, con la adrenalina por las nubes y empezando a lamentar el haber traído equipaje. Habían instalado sillas mecánicas para salvar los escalones que rompían con la magia del lugar, pero no preguntamos por su posible uso, pese a que habría sido de lo más razonable. Seguidas muy de cerca por los retratos de los antepasados de vete tú a saber quién que nos vigilaban desde las paredes, llegamos al segundo y último piso. Nuestro pisito. Una suerte de mini loft regido entre el horror vacui y el síndrome de Diógenes que aunaba con extraña facilidad la estética victoriana junto con la tradición china, el patriotismo inglés, detalles western, el folclore español y utensilios random de civilizaciones por descubrir. Nuestra anfitriona nos dio las llaves y la clave del wi-fi y se largó de allí no sin antes decirnos en inglés algo así como “Si veis un gato, no dejéis que se escape por la puerta de entrada. Ah, y si os encontráis una anciana deambulando por la casa, es mi abuela, vive abajo”. Todo bien, todo ok. Creo que si la abuela hubiese sido un fantasma no nos habría sorprendido más.
    Es la magia de comprar por internet. Lo que pides VS lo que te llega. Queríamos un piso victoriano y acabamos viviendo en un rastro más auténtico que el Camdem clásico. Qué horror, diréis. Y nos pudo ENAMORAR más.
    Detalles de máxima importancia acontecidos en el apartamento, a saber:
    1.- La nevera, el horno, el retrete, la calefacción y el agua caliente funcionaban. La televisión nunca lo hizo.
    2.- Desayunábamos en tazas con el retrato de la Reina Isabel II impreso. Había una buena colección.
    3.- Nuestro apartamento tenía acceso a una terraza en la azotea con barbacoa a la que se accedía por una escalera aún más peligrosa que la principal. Nunca tuvimos el valor de subir (pero por el frío).
    4.- El primer día que volvimos a casa tras turistear por la ciudad nos equivocamos de puerta y forcejeamos un rato para intentar entrar en el piso de la abuela. No salió a recibirnos.
    5.- La cama era preciosa. Estructura de barrotes de hierro forjado oscuros y sábanas blancas. Increíblemente mullida y suave, como dormir sobre una nube.
    6.- El segundo día que volvimos a casa tras turistear por la ciudad nos encontramos la puerta de casa de la abuela entreabierta. En la entrada había una sospechosa colección de zapatitos antiguos diminutos.
    7.- Cada día encontrábamos algo nuevo. Vimos una dentadura abandonada y dimos por hecho de que allí se acometían crímenes contra los huéspedes. No nos pusimos de acuerdo en quién los realizaba, si la anfitriona, la abuela, los fantasmas o el gato.
    8.- Nunca llegamos a ver un fantasma :(
    9.- Vimos al gato. Una vez. No pudimos tocarlo (mal). Pero no se escapó (bien). 10.- Nunca llegamos a ver a la abuela :(

    11.- Nos enteramos el último día por una amiga que residía en Londres de que el barrio donde nos hospedábamos podía tacharse de poco recomendable. Nos aconsejó no parecer turistas. Quizás deberíamos haberlo sospechado mucho antes a raíz de las zapatillas que colgaban de los cables de luz a lo largo de nuestra calle.
    12.- A día de hoy seguimos echando de menos la cama-nube.

    Fotos airbnb: Cinesgui

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