Seguramente algún día le explique a mi hijo de tres años lo que sucede cuando los rayos del sol atraviesan pequeñas gotitas de agua. Le explicaré sobre la descomposición de la luz solar y cómo se forman los arcoíris de verdad.
Pero ahora mismo no quiero explicarle nada. Ahora quiero aprender de él, quiero verlo todo desde sus ojos, esos ojitos llenos de inocencia y de magia, pura magia.
Y por eso paso por aquí, para contarles lo que he aprendido hoy. Y es que resulta que el arcoíris en realidad está hecho de slime y los ángeles lo estiran y estiran para hacer un tobogán y tirarse de un lado a otro. Y por allí también está el abuelo Max.
Y yo que creía que mi padre estaba dándose paseos por el cielo con mi perro, tranquilamente, sin muchos sobresaltos, pero mientras mi hijo saltaba de alegría viendo tantos colores en el cielo, yo comenzaba a imaginar a su abuelo tirándose por el tobogán gigante hecho de slime, con sus 110 kilos y su metro noventa de estatura. Y en ese momento aprendí otra cosa, a recordar a los que faltan con una sonrisa y no con lágrimas.
Así que si hoy echan de menos a alguien que ya no está, intenten imaginarle tirándose por el dichoso tobogán y seguro que se animan un poquito.
Mientras, yo, seguiré aprendiendo de mi mejor maestro, mi hijo de tres años.