Hoy es miércoles, 6 de noviembre. Mis gatos están acurrucados en la cama conmigo; mi marido se fue a trabajar hace ya una hora. Son las 7 a.m. en la costa este de los EE. UU., lo que significa que en España ya son las 13:00. Miro el móvil y veo que tengo unos cuantos mensajes de WhatsApp (demasiados para ser un día normal). Lo primero que noto al desbloquear la pantalla, antes de abrir la aplicación, son emojis tristes. Me temo lo peor.
Ayer fue la primera vez que pude votar en unas elecciones presidenciales, y lo hice no solo con ilusión, sino con la esperanza de mantener alejada una vez más la amenaza, de contribuir al futuro de mucha gente vulnerable, de ayudar a que este país que me ha acogido y al que amo se convierta en un lugar que pueda acoger a otros también.
Abro los mensajes y se confirma lo peor. Vivir en un estado azul ha camuflado la realidad del resto: un vasto mar rojo. Solo queda esperar que el daño que pueda producirse sea reparable.