Mi exnovio me violó todo el tiempo que duró nuestra relación. Sin entrar en detalles innecesarios, con el tiempo decidió que le gustaba más follarme que respetar mi consentimiento. Por más pena que me dé admitirlo, me di cuenta de que si no decía que no, él técnicamente tendría mi consentimiento y yo ya no tendría que lidiar con la incómoda verdad de que lo que mi novio hacía, realmente, era violarme.
La palabra realmente es clave aquí, ya que durante mucho tiempo no pude usar el término violación para describir lo que me pasaba sin ponerle una frase o palabra que atenuara el crimen: realmente, básicamente, como que, casi. Las agoté todas hasta que me creí mi propia mentira. Conocía la definición de violación, claro que la conocía, pero traté de convencerme de que no. Y fue mucho más fácil de lo que crees.
Cada vez que mi novio me violaba, aparte del shock, físicamente no era diferente del sexo normal. Con o sin consentimiento, el hecho de que tu novio te folle hace que te sientas como que, bueno, como que tu novio te está follando. Y es ahí donde están las aguas turbias que rodean la palabra con V. Está la tristeza. Sí, dije que no. Sí, me ignoró. Varias veces. Pero aunque físicamente era incómodo, nunca fue violento. No fue lo que «esperarías» que fuera una violación. No me quedaron moretones. Más bien me quedaba abrazada a mi violador mientras lloraba.
Cuando estás enamorada de tu violador, los pensamientos de denunciarlo empiezan a llegar a tu mente. Pero conmigo no duraron mucho. Este hombre traicionó mi confianza de una forma inimaginable para mí, pero su remordimiento parecía auténtico. Me prometió que no lo haría de nuevo y le creí. Y, en mi puta cabeza, preferí centrarme en las cosas bonitas de nuestra relación. Hasta la siguiente ocasión. Entonces me prometió que cambiaría. Y de nuevo le volví a creer. Nunca llamé a la policía y, durante mucho tiempo, no se lo dije a nadie; aunque eso cambió.
Simplemente lo perdoné con fe ciega. Sí, me había hecho daño, pero aún me importaba y no quería que se metiera en problemas. Me dije a mí misma que podría arruinar su vida. Fue él quien decidió cometer el delito, pero aun así sentía muy en el fondo que si él tenía problemas sería mi culpa. Sus muestras de arrepentimiento siempre lograban contener mi deseo de denunciarlo.
De nuevo, muy a menudo pensamos que la violación es algo agresivo, doloroso y que ocurre en la oscuridad de un callejón. Pensamos en extraños. En manos cubriendo bocas. Armas. Pero la gran mayoría son perpetradas por hombres conocidos. En el momento, para muchas mujeres —entre las que me incluyo—, el acto está rodeado de incomodidad, pero no de golpes u otra forma de violencia. Sin embargo, no hay ningún adverbio que pueda poner paliativos al horror de una violación.
Nuestras percepciones sobre las relaciones sexuales forzadas aún están encerradas en esta atemorizante área «del otro», pero la realidad para muchos es que las violaciones ocurren en relaciones aparentemente amorosas. Es como un elefante silencioso en una habitación. Ambos saben lo que ocurre, pero también saben que, una vez que abra esa puerta, se jodió.
Para muchas víctimas es más fácil pensar en su experiencia como una especie de «violación light» que tener que lidiar con lo que significa estar enamorada de tu violador. Es más fácil invalidar tu propia experiencia que aceptarla. Claro que esto trae más pena consigo. Admitir que seguí con mi violador todavía me es demasiado doloroso. Es aun más difícil aceptar que no puedo odiarlo por lo que me hizo y que, aparte de lo de follarme cuando yo decía que no, lo pasé muy bien con él. Parece incomprensible asociar la palabra violación a alguien a quien amas. Es como si los traicionaras.
A pesar de que mi violador no quería hablar de lo que pasaba, era obvio que él sabía lo que había hecho y eso era aún peor. Él sabía que me hacía daño y aún así siguió haciéndolo hasta que dejé de decir que no. Si seguirá haciéndolo con otras mujeres, la verdad, no lo sé. Nunca acudí a la policía. ¿Por qué? Porque no podía. No quería revivir todo de nuevo, volver a sentir esos sentimientos tan confusos que tenía por mi exnovio, que ya estaba olvidando y que, francamente, aún me dan pena. En cuanto a la responsabilidad de «proteger» a cualquier mujer que esté con él en el futuro y a la que pueda herir como a mí, de nuevo, no lo sé. Me doy cuenta de que debería hacer algo en algún aspecto, pero ¿esa autonomía no debería seguir siendo mía? ¿En qué momento dejo de proteger mi propia recuperación?
Si las violaciones en la relación son una epidemia internacional, la persona con quien te vas a la cama es la enfermedad. Durante mucho tiempo pensé que era algo que tendría que aguantar. Estaba equivocada. El antídoto era hablarlo honestamente y sin complejos. Enfrentarme a mi exnovio a plena luz del día y hablar de lo que pasó me abrió los ojos al calvario que había sufrido. A las mujeres que han dormido al lado de su violador noche tras noche, intentando descifrar qué está ocurriendo, así como el amor que aún sienten por ellos, yo les diría que hablen. Date cuenta de que mereces mucho más que el silencio y habla. No dejes que se escapen de tu voz. Si tienes la fuerza suficiente, denúncialos. Atácales con todo lo que tengas.
La violación llega sin avisar. Las violaciones no pueden verse eclipsadas por amor o por una sensación de deber. Ahora lo sé. Mi violador sabía lo que hacía y, muy en el fondo, en cierto modo, creo que la mayoría lo saben. Eso es lo que lo hace tan peligroso y es precisamente la razón por la que las conversaciones sobre el consentimiento deberían ser parte de la vida diaria de los jóvenes. Deberían ser algo obligatorio en las escuelas, en la televisión, en internet. Si no lo son, no sé cómo podemos esperar algún cambio.