Es peor escribirlo que contarlo o pensarlo os lo aseguro, pero me está pasando. Típica historia de conocer a tío, parece que funciona y encajamos y te apetece seguir adelante a ver que pasa.
Pues lo que pasó fue que a la tercera vez que se metió en mi cama, éramos tres, él, yo y el perfume. Lo primero que pensé fue lo normal, coño un fetichista, pues vale, sin problemas, cosas más raras nos hemos encontrado un jueves de madrugada.
Mi primer desconcierto fue que el perfume era como de señora, caro, pero de señora, a mí no me gustaba, pero entre el alcohol y el morbazo, pues venga vamos a ello, es sólo un flis flis.
La putada gorda vino a la semana después cuando estábamos en un centro comercial comprando unos regalos y nos cruzamos con sus padres, inevitable la incómoda presentación con cara todos de esto no tendría que estar pasando.
Cuando me acerqué a dar los dos besos de rigor a la madre un aroma así como florar inundó mis fosas nasales, hostia el perfume que lleva este encima a modo trauma, no me lo podía creer. Él estaba desencajado, pero supongo que por el momentazo en sí, del rollo del perfume ni cuenta se dió, yo si.
Mi duda es, ahora que hago, sigo como si nada pasando por alto el trauma infantil o lo que sea que tenga, rompo el frasco en el siguiente polvo y me quedo tan ancha o le monto el pollo de novia indignada, papelón que tengo encima.