Quieres ser invisible, lo sé.
Yo también quise serlo.
Quieres cruzar la calle, pero no quieres que nadie se fije en ti.
Quieres cruzar al baño del bar, pero está repleto, sabes que se van a fijar en ti, y no quieres.
Quieres ponerte un disfraz.
Un disfraz de esos que sueñas. Ese que te pones y que desapareces. Ese que te pones y que te vuelve invisible.
Lo sueñas con todas tus fuerzas.
Lo sueñas tanto, que al final se ha hecho realidad.
Lo conseguiste, nadie te ve. Eres invisible.
¿Y ahora qué?
Ahora que ya nadie puede verte, ahora que ya nadie se fija en ti, párate un minuto y alza la cabeza. Tienes que alzarla bien alta, lo suficiente como para que llegues a verte en el espejo. Ese espejo que subiste cuando querías ser invisible, porque de la primera persona que querías esconderte, era de ti misma.
¿Te ves en el espejo?
¡Eres preciosa!
Lo más importante no es que la gente te vea bien, o que te sientas aceptada entre la muchedumbre. Lo imprescindible es que tú te veas bien, porque eres la persona más importante de tu vida.
No necesitas ser invisible. ¿Sabes por qué?
Porque eres mujer, y las mujeres siempre pisan fuerte. No para pasar por encima de nadie, sino para dejar huella en todo aquel que se fije en ellas.