Buenas noches, chicas. Escribo por primera vez aquí y aunque no sé muy bien todavía cómo funciona la sección de foro, lo hago esperando encontrar algo de consejo para discernir un poco mejor entre todo este batiburrillo mental que traigo encima.
Para que os pongáis en situación os diré que este verano hará diez años que conocí a un chico a través de un chat, un chat de rol, concretamente. En aquel entonces él tenía pareja, a mí me caía bien y aunque con el tiempo empezase a gustarme, el hecho de que tuviese pareja, siempre me hizo negar lo que sentía y callarme. La situación era curioso, los conocí en persona a ambos cuando eramos aún jovencillos y dos años más tarde, volví a verlo, esta vez a él solo. Ella ya no estaba, pero no era el momento, le di un beso, me rechazó. No era el momento y desde entonces y hasta hace apenas tres años, nunca lo fue. Perdimos el contacto, pero facebook es muy cabrón y conoce tus más íntimos secretos y tu lista del correo hotmail, así que te sugiere que os hagáis amigos y vuelve a comenzar el ciclo y las heridas que creías cerradas, vuelven.
A todo esto tú tienes pareja, una pareja con la que no eres feliz y que es más intermitente que otra cosa, pero bueno, sabes que él no quiere nada, tú tampoco vas a ponerle los cuernos a tu pareja y aunque de vez en cuando suelte algún comentario subido de tono que a veces le contestas más en broma que en serio, porque nunca ha sentido interés por ti. La cosa se complica y vamos que si se complica el día que te dice: te quiero, luego te adoro, pero nunca te amo. Nunca da ese paso. Y vuelve a pasar el tiempo, él vuelve a sus ciclos de desaparecer de tu vida, cada tiempo vuelve sólo para darte una explicación. Y tú, porque lo quieres y lo has querido mucho, decides que no quieres perderlo, aunque sea como amigo, que después de todo él no te dio esperanzas, que la tonta fuiste tú. Y cada año, cuando vas a su ciudad para visitar a algunas amigas el fin de semana que coincide con una convención anual de tu hobby favorito, él te dice de quedar y es como si no hubiese pasado el tiempo pero ha pasado, claro que ha pasado y a ti te duele seguir haciéndote ilusiones con cada pequeña muestra de afecto que te da.
Tu relación se termina, para bien o para mal, con más o menos dramas y ahí te ves tú, conviviendo con tu ex mientras haces malabares para superar una ruptura que aunque te esperabas, no duele menos. Y llega él, sin saberlo, y se planta en nochevieja con una llamada, sólo porque por una vez en su vida ha leído algo que has publicado que le ha hecho reaccionar. Y vuelve a lo mismo, el tiempo se detiene, tiene que subir al metro y se va a cortar la llamada, pero promete no volver a desaparecer. Tú, escarmentada ya, le dices que vale, pero tratas de no hacerte ilusiones y te vas a dormir igual de sobria que en la cena y sin poder dejar de pensar. En todo lo que han sido esos años, con sus idas y venidas. No pegas ojo y cuando amanece Año Nuevo decides que ya está bien de callarte y que no tienes nada que perder, que es tu turno. Así que le escribes y le sueltas la parrafada de tu vida diciéndole todo lo que te ha molestado de los últimos años, su indecisión, sus desapariciones, sus «te quiero pero», como si no fueses lo bastante buena para arriesgarse, como si no valiese el esfuerzo, como si no valiese la pena.
Y ahí te ves, libre, por fin, de esa carga, sin esperar más respuesta que el doble check azul. Y de pronto, una parrafada igual de grande que la tuya, explicando punto por punto cada cosa. Sin excusas, ni pretextos, sin desapariciones. Dándote la razón (¿estaré soñando, dios mío?) en parte y rebatiéndote otras, por supuesto. A esa parrafada siguen dos llamadas perdidas, a lo que respondes inocente que si quería algo, él insiste, así que le coges el teléfono. Y aquí, amigas, es donde los recuerdos se vuelven borrosos. Pero en resumen os diré que la llamada terminó con una simple pregunta: ¿quieres salir conmigo? Sin tapujos ni medias tintas.
Y tú que no esperabas semejante despliegue de sinceridad y menos aún una respuesta que no te sentara como una puñalada en el hígado (todas conocemos eso del «no eres tú, soy yo» y demás respuestas prototípicas) de repente te ves superada por la situación.
Eso es algo por lo que probablemente hubiese matado hace unos años pero que después de tantos palos y aunque dije que sí porque realmente quería hacerlo, tengo la sensación de no creerme. Es como si mi cerebro quisiera cubrirse las espaldas, como si se negara a emocionarse y disfrutar, a ser feliz.
¿Alguna vez os ha ocurrido algo parecido?