Cuando nació mi primera hija vivíamos en un piso muy chiquitín que nos gustaba mucho por su ubicación y demás, pero que se quedó demasiado justo para los tres. De modo que, cuando nació la segunda, con todo el dolor de mi corazón, nos vimos obligados a ponerlo a la venta y a buscar otra vivienda. La cosa estaba complicada y tardamos mucho en encontrar algo que pudiéramos pagar, por lo que, para cuando al fin nos mudamos, la pequeña ya tenía casi un año. Pero bueno, aunque costó, lo cierto es que nuestra nueva casa es todo lo que queríamos.

Es antigua, tal vez demasiado grande, tiene muchas escaleras y necesitaba mil reformas que aún estamos realizando poco a poco y cada vez que las reparaciones urgentes que surgen puntualmente nos lo permiten. No obstante, ya digo que nos encanta nuestra vieja casa. Porque es una vivienda con detalles superbonitos, con mucho carácter y personalidad. Y en la que hay un montón de espacio para todos. Para los cuatro. Para los… ¿cinco? Me explico.

No es que esté embarazada de nuevo o hayamos alquilado una de las habitaciones. Es que en mi casa vive alguien más, al parecer. O sea, no vive… ¿mora? Sí, mora un espíritu al que mi pareja y yo llamamos ‘la canguro del más allá’. Y la llamamos así porque nosotros no la vemos, la ven las niñas. Tampoco a diario, que yo sepa, aunque ya van varias veces.

La primera vez que supimos de su existencia fue una noche que me desperté al oír que me llamaba una de las enanas. Ya debía de haberme llamado antes, pero me costó salir del sueño y despertarme del todo. Me levanté medio mareada, me puse las zapatillas y subí a su habitación. Pues bien, cuando llegué me disculpé por haber tardado, le pregunté a la niña qué quería y me respondió: ‘Tranquila, mamá, ya vino la señora’.

¿Que ya vino la señora? ¿Qué señora? ‘La que vive arriba’.

Veréis, arriba está la buhardilla. Un espacio en el que hay un dormitorio con un baño pequeño que nunca usamos, salvo que tengamos invitados. Huelga decir que, esa noche, en casa no había nadie más.

Como la niña estaba tranquila y yo soy una descreída, supuse que había tenido una de sus pesadillas, que a la mujer esa en realidad la había visto estando aún medio dormida y, mira, era muy tarde para ponerme a darle vueltas. Me volví a la cama y me olvidé del tema.

No me acordé de esa señora hasta uno o dos meses más tarde. Estaba en el sótano que rehabilitamos como salón y zona de juegos con las peques y me llamaron para pedirme que me acercase cuanto antes a la oficina por no sé qué movida. Les dije que no podía porque estaba con mis hijas y no tenía con quién dejarlas hasta que llegara su padre. Entonces la mayor se me quedó mirando y me dijo: ‘Puedes irte, nos quedamos con la señora que viene a veces cuando no estáis’.

Yo creer nunca he creído en nada, pero reconozco que me acojoné un poquito. En especial cuando me contaron que suelen verla de noche, cuando nos llaman y tardamos ella se les presenta y les dice ‘¿Qué te pasa?’… Porque la ven las dos, amigas, las dos. Y les habla, no se limita a merodear por ahí.

Mi marido se descojonaba de la risa cuando se lo contaba. Y yo estaba rayada, pero al final me convenció de que lo había soñado la mayor, se lo había contado a la pequeña y se habían montado esa película entre las dos. Como nunca nos decían nada al respecto y la mujer esta no les daba miedo, lo dejé correr.

Hasta que un día, entre risas, comentamos la anécdota con unos amigos que suelen venir una o dos veces al año a pasar unos días a casa porque ellos viven en otro país. Resulta que él también la vio en una ocasión. Una madrugada, al volver de la cocina, la vio bajando las escaleras de la buhardilla y entrando en el dormitorio de mis niñas. Dijo que corrió al cuarto y allí no había nadie. Así que nada, aquí estamos todos conviviendo con nuestra particular canguro del más allá.

 

Rita

 

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