Vale, ayer viví una de las tardes más surrealistas de mi santa y corta vida.
Mis amigas (las de siempre; no, las del colegio no; las que conoces porque vuestras madres son amigas y habéis nacido hablando de barriga a barriga) y yo nos fuimos a la ciudad de fin de semana porque nuestro pueblo es super cutre y porque con cualquier excusa nosotras siempre huimos.
El caso es que antes de hacer nada decidimos ir al super a pillar algo de cena por si la cosa se alargaba y al final nos cerraban todo, pues el caso es que de camino al super nos encontramos con un bello y maravilloso sex-shop. ¿Entramos? Entramos.
Y efectivamente allá que fuimos las tres ni cortas ni perezosas a comprarnos un regalo de rebajas.
Yo llevo poco tiempo con el chico con el que estoy, pero pensé ‘a nadie le amarga un dulce’ y le pedí a la señora un lubricante multicosas pa darle un poco de alegría al cuerpo. La señora me recomendó uno de esos que tiene sabor, olor, frío, calor, lluvia, tempestades y un par de hadas que te cortan el césped y nada, yo ya contenta con mi elección dejé el protagonismo a mis amigas que querían un buen dildo.
El caso es que a la hora de pagar, la dependienta me miró con cara de analista psicológica argentina y me dijo ‘tengo una cosa para ti, pero no sé si te atreverás’. Y claro, eso me sonó a mi a un ‘no tienes huevos’ y antes de que hablara de sus cualidades yo ya sabía que lo iba a comprar, but bueno, una se deja engatusar porque le gusta.
La señora me habló de un producto nuevo recién salido al mercado, un aceite con extractos de marihuana o no sé qué que es para aplicarlo en clítoris y glande, un botecito del tamaño de un dedo del pie que costaba veinte eurazos. Nos dijo que nos echáramos una gota en los labios (de la boca) y viéramos el efecto que hacía e intentaremos imaginar ese mismo efecto en el clítoris.
Era muy raro, es así, como un calentorcillo con las típicas hormigas que te recorren cuando se te ha dormido el pie, yo intentaba imaginármelo en mi chochete, pero no podía así que me lo compré y palante.
Pues nada, subimos al piso que tiene mi amiga para dejar la compra y nos abrimos tres buenas cervezas, unos frutos secos, unas aceitunas y a disfrutar de la vida. Después de esas tres cervezas vinieron tres más y luego otras tres y así un bucle infinito.
Total, que nos levantamos para prepararnos la cena y tuve una idea, una idea de estas que solamente se te ocurre decir en voz alta si vas un poco pedo y aún así la dices llena de vergüenza: ‘chicas, ¿nos echamos las tres el aceite ese que he comprado en el chocho?’. Pues si yo no tuve reparo en preguntar, ellas no tuvieron reparo en aceptar. Allá que nos fuimos las tres al baño, nos bajamos pantalones y bragas y ¡pum!, dedazo al coño.
‘Esto no hace nada’, ‘yo no siento nada’, ‘¿a ti te hace algo?’, ‘uy, creo que estoy notando un calentor, eh’, ‘tía, tía, tía, que me tiembla el toto’, ‘uf, Dios mío, pero qué es esto’, ‘madre, madre, madre, necesito tocarme, eh’, ‘joder, ¿no sentís que necesitáis tocaros?’, ‘escúchame, me tengo que ir al baño a tocarme, no aguanto más’.
Todo esto las tres en la cocina, con las manos en nuestros respectivos chochámenes, jadeando y riéndonos como locas, entre muertas de vergüenza y flipando con la puta magia que hacia eso.
Una amiga se metió al baño a tocarse y recalca todavía que fue lo mejor que pudo hacer, la otra y yo nos quedamos en el salón y empezamos a restregarnos contra distintos muebles, estábamos cachondísimas y no podíamos no tocarnos. Aún no sabemos cómo, pero acabamos las tres corriéndonos antes de cenar. Qué locura, qué orgasmo, qué bonita es la amistad.
El caso es que el efecto no se pasó justo después, duró como unos 15-20 minutos más, así que estuvimos toda la cena rozándonos con nuestros respectivos picos de la silla y flipando.
Una cena con amigas recién orgasmadas, sabe mejor, probadlo.
Anónimo