Cuando eres la oveja tonta de la familia

 

Todo es maravilloso cuando eres hija única y no tienes primos a la vista. Eres la más guapa, la más buena, la más lista, la que mejor pinta, la que mejor juega, etc…En definitiva, la más de lo más en todo lo que hagas. Claro que eso te dura poco tiempo, en mi caso unos 5 años, hasta que mi hermana empezó a decir alguna palabra más que solo “mamá” o “papá”. 

De repente ya no eres la más guapa, ahora es “tu hermana es más alta que tú, o tiene los ojos más bonitos que tú, pero tranquila tú tienes la boca más bonita que ella”. Ya no eres la que mejor pinta, ahora es “tú pintas muy bien, pero tu hermana canta mejor.”. Ya no eres la más buena, ahora es “tú eras más tranquila que tu hermana con la misma edad”. Comparaciones en absolutamente todo y procedentes de todos los miembros de la familia y amigos que nos hubieran conocido desde el día que vinimos al mundo. Comparaciones que, quiero pensar, la gente no hace con maldad, pero que te machacan día tras día durante el resto de tu vida. 

En mi caso hay una de ellas que a día de hoy, cuarenta años más tarde, sigue afectando y sé que ha sido determinante para decisiones que he tomado a lo largo de mi vida. 

Estas son las palabras que se me quedaron guardadas de una vez que me lo soltó mi abuela cuando solo tenía 14 añitos:

  • Tu hermana es muy inteligente; tú…bueno, tú eres muy buena persona. 
  • Me estás llamando tonta?
  • No, he dicho que eres buena persona. Tú hermana es que es muy lista, ella va a conseguir lo que quiera. 
  • Vamos que yo soy tonta y nunca conseguiré nada.

 

Lo siguiente fue un silencio. Un silencio que lo dijo todo. No era la única que usaba la inteligencia para compararnos y era algo que me dolía y mucho. Yo no era menos inteligente que ella, simplemente teníamos formas diferentes de desenvolvernos en la vida. Pero con la vara con la que medían la inteligencia en mi familia, yo era menos lista que mi hermana. Esa conversación con mi abuela hizo que me sintiera muy mal. Ese curso suspendí muchas.no quería repetir así que hice un pequeño esfuerzo para sacar todo raspado y pasar de curso. Los cursos siguientes los saqué con notas muy por debajo a lo que estaba sacando habitualmente. Así que el psicólogo de mi cole decidió que yo no podía ir por ciencias porque era demasiado para mi, que fuera por letras que me iba a ir mejor. Me dolió, y mucho, porque las palabras de mi abuela volvieron a retumbar en mi cabeza. 

No le hice caso, por supuesto, porque un señor que no conocía de nada no iba a decirme lo que tenía o no que hacer. Me metí en ciencias de la salud. Saqué el bachillerato sin problemas, pero sé que si realmente me hubiera esforzado habría sacado mejores notas. Pero en mi cabeza siempre estaban las palabras de que “yo no era tan lista como”.  Sé que otra persona en mi lugar se habría esforzado en sacar lo mejor y demostrar a todos que no tenían razón. Pero supongo que mi subconsciente tenía ganas de decirle al mundo que era verdad lo que pensaban de mi, no sé muy bien por qué. Así que dejé de esforzarme por cualquier cosa, y con ello perdí motivación. No me interesaba nada, no me apetecía hacer nada ni estudiar. ¡Total si yo no iba a conseguir nada! 

Hasta el punto que un día se fundió una bombilla y mi madre no me dejó cambiarla a mi porque, obviamente yo lo iba a hacer mal. Prefería esperar a que llegara mi hermana, que como era muy inteligente lo iba a hacer super bien. No sé que inteligencia o destreza se necesita para cambiar una bombilla la verdad. 

Hubo una época, en mi adolescencia, que tenía tan interiorizado que era estúpida y que no podía hacer nada por mi misma que llegué a emparanoiarme con que mis padres me daban medicación a escondidas para mejorar mi rendimiento. Evidentemente esto nunca pasó, pero a veces la mente hace que nos invadan unos pensamientos un poco rarunos.   

Comencé una carrera que dejé el segundo año. Algo de lo que me arrepiento enormemente a día de hoy, porque sé que trabajar de ello me habría hecho feliz. Comencé otra carrera que terminé en más años de los necesarios porque no abrí ni un libro y apenas leía los apuntes. Una vez más sé que si hubiera hecho un poquito más la habría sacado con mejores resultados. Trabajo de ello pero no me motiva lo más mínimo. 

No sé como piensa mi familia que he sobrevivido viviendo sola tantos años, si la frase más repetida desde que nací fue: “tú no, que no sabes”. A día de hoy hay cosas que no me aventuro a hacer porque esa frase sigue rondando mi cabeza. Pero también sé que mis hijas no van a pasar por eso, porque ellas si valen, si saben y si no yo las ayudaré a que aprendan a conseguirlo, cada una de ellas con sus recursos y caracteres diferentes. 

Adoro a mi hermana y nunca se ha visto afectada nuestra relación por ello. No culpo a todos aquellos que me hicieron creer que era poco válida para la vida. Sus motivos y preocupaciones personales tendrían y además me ha servido para no permitir que comparen a mis hijas porque no tengo ningún problema en mandar a la mierda al primero que lo haga. 

 

Anónimo

 

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