Esos días de los que compruebas que el rímel waterproof que te costó una pasta, no es tan resistente a tus lágrimas como prometía serlo al agua de cualquier mar.

Esos días en los que el único abrazo que te calma es el tuyo propio dentro del pijama más viejo y roído; ese que te transporta a días mejores como los que él tuvo sin roturas en la entrepierna y como los que tú tuviste sin ellas en el alma.

Esos días en los que te duelen los pies de soportar el peso de tanta rabia acumulada, y no de bailar cualquier canción de reguetón “antiguo” con tus amigas y esos tacones imposibles hasta el amanecer.

Esos días en los que todo sale torcido;
si cocinas, te quemas;
si conduces, las columnas del parking se mueven solas;
si vas a la peluquería, el concepto de “puntas” habrá cambiado a 10 cm sin que te enteraras;
si tienes tanta prisa como para andar sin mirar lo que pisas, tu vecino habrá decidido que era un buen día para dejar de recoger la mierda de su perro.

Esos días en los que tu cuerpo te recuerda que no eres una máquina. Que tienes que parar. Que aunque tú tengas muchas cosas que hacer, él no quiere y punto, no puede más, solo quiere descansar, y si no le dejas hacerlo te lo recordará pesándote mucho más de lo que marca la báscula.

Esos días en los que malgastas la mañana de sábado en hacer limpieza profunda para que a las tres horas de acabar, recuerdes que jamás debes volver a comprar muebles Wengué, que solo hacen que parezca que solo limpias una vez al año, con suerte.

Esos días en los que no estás ni para Netflix ni para HBO ni para Prime. Que te pasas la noche decidiendo qué ver mientras el bote de palomitas se consume antes de que acabes volviendo a ver Anatomía de Grey, aunque odies a Shonda Rhimes y su manía de matar a los buenos.

Esos días en los que te molesta que el resto del mundo esté feliz. O bueno, puede que te alegres por ellos, pero hoy no. Hoy mejor que no se acerquen a tu amargura, que contagia.

Esos días en los que la sola idea de ser productiva te cansa como si lo hubieras sido, mental y físicamente.

Esos días, déjame decirte, que simplemente eres humana.
Ni buena, ni mala.
Real, como la vida misma.

Porque sí, si todos pudiéramos elegir, seguramente preferiríamos esos días en los que nos levantamos a tope de energía, con ganas de comernos el mundo y aunque nos comamos una pared parece que no nos importa, porque esos días, simplemente son buenos.

Pero… ¿quién tiene solo días maravillosos?.
Nadie.
Al menos nadie que no consuma algún tipo de droga puede sentirse así 24/7.
E incluso ellos sufrirán el síndrome de abstinencia cuando pase el efecto del éxtasis.

Tus días malos son tan importantes como los buenos.
Los primeros hacen que valores los segundos.

Los primeros te recuerdan que eres humana, que no podemos controlar todo lo que nos pasa, y que hay que lidiar con ello.
Que pasan cosas buenas y cosas malas, y con ambas hay que aprender a vivir.

Los segundos te recuerdan que los primeros acaban pasando, pero si solo existieran estos viviríamos en un eterno anuncio de compresas del ‘98.

Y lo siento pero no.
No me interesa saber a qué huelen las nubes.
Solo quiero que cumplan su función, que descarguen, que limpien, y que dejen paso a los días sin ellas, a los días radiantes.

Marta Freire @martafreirescribe