Un chico perfecto, con un defecto muy perturbador: 

Estoy convencida de que muchas de las experiencias más traumáticas de la vida de una mujer joven ocurren en el mundo de las citas. Sea un tío que le costó entender cuando le dijimos que no, por el contrario, un amor o atracción no correspondida, o incluso un caso muy pero muy perturbador como el que me tocó vivir. 

Comencé a salir con un chico y fue una de esas relaciones emocionantes y arrolladoras que desde el primer día piensas “me enamoré, es él, el amor de mi vida, el padre de mis hijos”. Como toda relación, empezó genial hasta que llegó nuestra primera pelea. Me di cuenta, después de poco más de un mes saliendo juntos, que nunca se quedaba a dormir ni me invitaba a su casa a pasar la noche, obviamente empecé a cuestionarme si estaba casado o que y después de un par de semanas más, no pude aguantar y le reclamé esto. 

 

Lo noté esquivo, pero de igual manera me invitó a su casa donde para mí sorpresa no encontré nada extraño. Ya después de que la pasamos bien a solas, me dijo que unos amigos le habían escrito para ir por unos tragos y fuimos. Bien tomada no me di cuenta, pero la mañana siguiente me hizo ruido que después de la reunión con sus amigos, me dejó en mi casa y se marchó. 

Con el pasar de los días se hizo evidente el verdadero problema, el meollo era que no podíamos dormir juntos. En la segunda confrontación, esta vez más seria, me confesó la verdad. Me dijo que hablaba dormido y que decía cosas perturbadoras que sabía que podían asustarme, le pregunté que qué tan malo podía ser y me dijo que mucho. 

Al principio lo dejamos correr pero yo estaba loca por este chico y aparentemente él también se sentía así, así que un día, tras prometerle que no iba a asustarme, decidimos intentarlo, o más bien lo convencí. No me sentí nerviosa cuando nos disponíamos a dormir porque no sabía lo que me esperaba. 

Me despertó un silbido, sentí que me llamaban de esa manera, y cuando me giré hacia él, me miraba fijamente pero de manera extraña, muy diferente al chico que conocía. Se quedó simplemente así, mirándome de esa forma que me helaba la sangre, y después habló en voz baja y ronca, y sentí miedo como nunca en mi vida.

Siendo muy honesta, esa noche está un poco borrosa en mi memoria, imagino que por el trauma, pero recuerdo que lo primero que me dijo fue que me arrancaría la piel de los huesos, lo ignoré, no adrede, simplemente no podía moverme o decir nada, pero comenzó a repetirlo muchas veces, y luego le agregó “si no te levantas ahora voy a arrancarte toda la carne de los hueso”. En ese momento sí que reaccioné, me levanté con mucho cuidado, temiendo lo peor, y una vez fuera de la cama fui a la puerta más cercana que era la del baño. Ahí puse el seguro y me senté en el suelo a llorar, pero la pesadilla no terminó ahí. 

Lo hizo quizás por media hora, en la que yo no dejé de pensar en maneras de defenderme, hasta que por fin paró. Estuve despierta hasta que amaneció, y entonces me animé a salir. En cuanto nos vimos, me preguntó con expresión de pena que qué tan mal había estado, se lo conté y él solo respondió que me lo había advertido, pero que yo no le hice caso. 

Me fui de su apartamento aún con la sensación de miedo en el pecho, y después de eso todo diferente. No quise responder más sus mensajes ni llamadas, y después de un tiempo dejó de intentarlo. No sé si aquello tenía solución, con terapia o algo, pero esto ocurrió hace más de un año y aún por las noches tengo pesadillas con el silbido.

 

Relato escrito por una colaboradora basado en la historia real de una lectora