Me había separado recientemente a efectos legales, sin embargo la ruptura entre mi ex y yo se había dado cinco meses atrás, justo el día en que me enteré que me estaba engañando con otra mujer. Hoy no vengo a hablar de él, sino de lo que pasó después.
Tras firmar los papeles y tener la custodia de mi hijo sentí paz, tranquilidad y esa sensación de ansiedad que llevaba tiempo anclada en mi pecho desapareció como por arte de magia.
Siempre había sido de subir memes en mis stories, todo lo que me hacía gracia, lo subía. No me avergüenza reconocer que soy fan de Mr. Wonderful, Miss. Dramas, Mr. Puterful, Ralphianismo y todas esas cuentas de Instagram que suben frases coloridas y graciosas. Sí, soy y mucho.
No sé si habréis escuchado hablar alguna vez de la famosa leyenda oriental esa que dice que aquellas personas que están destinadas a conocerse están conectadas por un hilo rojo invisible. Es un hilo que nunca desaparece y que permanece ahí a pesar del tiempo y la distancia.
Da igual lo que se tarde en conocer a esa persona, tampoco importa el tiempo que pases sin verla, mucho menos si vives en la otra punta del planeta: el hilo se estirará hasta el infinito pero nunca se romperá y eso se debe a que su dueño es el destino.
Sabiendo esto y teniendo en cuenta que yo soy una romántica empedernida sabía que por ahí, en algún lugar, cerca o lejos, estaba la persona que sostenía la otra punta de mi hilo rojo.
Una mañana, para ser más exacta, el catorce de enero de 2021 compartí un meme de Ralphianismo en el que decía lo siguiente: No me funciona el hilo rojo que abre las galletas y me va a funcionar el que conecta a las personas.
No olvidemos que no había pasado demasiado desde mi ruptura y en esos momentos era más bien un Grinch, pero del amor. No creía en él ni en nada que se le pareciera. Hacía tiempo que yo ya no sentía nada por mi ex, imagino que él igual, pero en mi caso me había acostumbrado tanto a sentirme así que me daba miedo tomar la decisión que después llegó de golpe de forma más dolorosa. Que no le quería, vale, pero teníamos una familia y él la había roto por completo.
Ese día, el catorce de enero, un chico que no estaba entre mis seguidores contestó a mi storie. Su respuesta fue: pues pon dos vasitos de plástico a cada punta del hilo y así te puede servir como teléfono. Cotilleé su perfil y me pareció mono. Le dije que prefería los smartphones, más que nada por el tema de internet y así empezamos a hablar. A cada rato que pasaba me daba cuenta de que teníamos muchas cosas en común y eso me tenía enganchada a la pantalla.
La conversación se fue extendiendo tanto que se nos hizo de noche. Él tenía que conducir, así que me envió su número de teléfono y me dijo que lo llamara si quería. Tardé menos en llamarlo que en guardarlo en la agenda.
Estuvimos tres días sin despegarnos de los teléfonos y llegó el lunes. Me armé de valor y le pregunté si le apetecía quedar. Me dijo que sí. Nuestra primera cita fue ir juntos a un kiosko, comprar una bolsa de chuches y un par de refrescos. Si os preguntáis nuestra edad, no tenemos quince años, vamos camino de los cuarenta, él más que yo porque es tres años mayor, pero estábamos en esa época del Covid en la que todo estaba cerrado, incluso la restauración. Tuve que irme pronto a casa porque había toque de queda.
Las semanas fueron pasando aunque las restricciones por la pandemia nos impedían pasar tiempo juntos. Sentía un torbellino de emociones, a mi alrededor muchas familias sufrían, ya fuera por pérdidas de empleo o de seres queridos y yo estaba feliz. Más feliz que nunca.
Él vivía con varios compañeros de trabajo en un piso de la empresa de lunes a viernes y los findes se volvía a su ciudad para estar en su casa y ver a los suyos. Yo vivía con mi hijo. Poco a poco él y el niño se fueron conociendo y al vernos juntos cada día sentía que estaba rehaciendo mi vida sentimental sin darme cuenta. Yo no quería enamorarme y lo estaba más que en toda mi vida. Nuestros planes no iban más allá de ir a hacer la compra juntos o pedir comida en un McAuto.
Era invierno y hacía frío, así que empezamos a venir a mi casa a pasar el rato libre que teníamos hasta las diez que era cuando ya no se podía estar en la calle. Empezó a quedarse a dormir alguna que otra noche y finalmente se vino a vivir con nosotros, no tenía sentido estar separados sabiendo lo bien que estábamos juntos y lo cómodo que se sentía mi hijo, que al fin y al cabo, eso era lo que más me importaba, el niño.
Unos meses después fuimos a su ciudad y en un fin de semana hicimos la mudanza con sus cosas.
Han pasado dos años desde entonces, en muy poco tiempo será nuestro aniversario y con orgullo puedo decir que sí, que sí funcionan los hilos rojos, tanto el que une a las personas como el que abre las galletas. Ahora es él quien las abre en casa para que yo no estropee los paquetes y luego se queden blandas.
Eso sí, os confieso que dentro de mi armario hay dos muñequitos de papel pegados y que cada uno tiene en la mano el extremo de un hilo rojo. No sé todavía cuándo me voy a casar, pero sí sé cómo serán las invitaciones de boda.
Espero poder enseñároslas muy pronto.