Tam era la reina de las fiestas. Con su estilo desenfadado y su melena al viento, adoraba ponerse guapa y salir con sus amigas ‘’de divineo’’, como solían decir, ya fuese a tomar el vermut a mediodía o a quemar las discotecas de su ciudad por la noche. Era una chica divertida y mordaz, segura de sí misma y todo el mundo la adoraba. Le gustaba salir con su moto, participar en sesiones de fotos como modelo, los coches antiguos y el rock, aunque nunca hacía ascos a una buena noche de perreo intenso. Destacaba allá donde iba y eso le gustaba, se sentía guapa, sexy y poderosa y ligaba todo lo que quería y un poco más.

Bea, sin embargo, era una chica tímida que vivía en un pueblo como a media hora de la ciudad de Tam. Le gustaba salir al campo por las mañanas, hacer fotos de la naturaleza, leer y escribir, y no le gustaba demasiado salir de fiesta. Sus amigas solían insistirle, y alguna que otra vez había salido; sin embargo, se sentía acomplejada, tenía la sensación de que todo el mundo la miraba, y sin duda lo que más odiaba era el momento de ponerse frente al espejo para arreglarse: Bea tenía mucho vello, oscuro y grueso. En los brazos, en la cara, en las piernas e incluso en el pecho. Odiaba verse en el espejo, odiaba depilarse y que su piel se llenase de granitos y rojeces y sentía que daba igual que se maquillase o que se pusiese ropa bonita; además era algo más alta que la media, por lo que esa sensación de ser visible para todo el mundo se acentuaba. Buena culpa de estos complejos la habían tenido sus padres, que se habían pasado media vida insistiendo en que se hiciera el láser a pesar de que le daba miedo por lo sensible que era su piel, que a la más mínima se llenaba de rojeces y eccemas, y del único chico con el que había estado, que se tiró la mayor parte de la relación portándose como un cerdo con ella y diciéndole que en vez de quejarse tanto debería darle las gracias de que saliese con alguien como ella.

Esa noche, sin embargo, no le quedaba más remedio que arreglarse y salir, pues su mejor amiga se casaba ese fin de semana y una boda implicaba su correspondiente despedida de soltera, y por nada del mundo se hubiera perdido un momento tan importante para la persona que más le había apoyado en sus peores rachas, así que eligió un pantalón largo amplio y fino de colores alegres, un bonito body blanco y unas sandalias con un poco de tacón, se maquilló bien, sonrió a su reflejo y salió corriendo, pues sus amigas ya estaban tocando el claxon desde fuera de su casa metiéndole prisa. La idea era ir a cenar y después de fiesta a una discoteca al aire libre que había en la ciudad, y por primera vez en su vida Bea tenía ganas de salir, beber y bailar hasta que se les hiciese de día. Esa noche se veía bien, no perfecta pero sí guapa, cosa que le costaba mucho y en la que trabajaba día a día, y sus amigas encima le dijeron varias veces que aquella noche estaba radiante, lo cual le subió aún más el ánimo. Quién le iba a decir a ella que iba a topar con el típico tonto de turno que le iba a amargar la noche. 

Llevaban ya un rato en la discoteca y se había terminado su primera copa. Se separó un momento del grupo para ir a por otras dos, una para ella y otra para Sara, la futura esposa, y acababa de pedir cuando un tipo se acercó a ella y le soltó: ‘Iba a pedirte el instagram porque me has parecido guapa, pero vista de cerca pareces Chewbacca jajaja’’. La autoestima de Bea, que tanto le había costado recomponer, se rompió en mil pedazos, y sólo pudo reaccionar mirando al frente como si no le hubiera oído y tratando de contener el llanto. Cogió los vasos y se disponía a darse la vuelta cuando escuchó una voz de mujer decir: ‘’¿Por qué no pruebas a meterte la lengua en el culo y apretar, imbécil? Pírate, que mi amiga es demasiado mujer pa’ ti’’. Bea no se lo podía creer: entre ella y el tipo que la había insultado había aparecido una chica bastante bajita, con una preciosa melena rubia y el eyeliner on point a la que no había visto en su vida. La chica la cogió del brazo y le dijo: ‘’vámonos de aquí, no se nos vaya a pegar la imbecilidad supina del notas este’’. 

Cuando se hubieron apartado, Tam le dedicó una sonrisa, le tendió la mano y le dijo: ‘’me llamo Tam, encantada. ¿Tú cómo te llamas?’’ Bea respondió tímidamente a su sonrisa y le contestó: ‘’yo me llamo Bea, muchas gracias por rescatarme. Si te gusta el Jack Daniels esta copa es para ti’’. 

‘’¡Claro que me gusta el Jack Daniels, lo que más! Aunque suelen decirme que es bebida de señor hetero jajaja’’. Así empezaron a hablar y estuvieron juntas un buen rato, hasta que Bea se dio cuenta de que hacía un rato que había ido a por las copas y sus amigas se preguntarían dónde estaría. Además tampoco querían irse muy tarde, pues Sara se casaba al día siguiente y no era plan acudir hechas polvo por la resaca y el cansancio, así que se despidieron y quedaron entre risas en que ya serían amigas para siempre. 

No hacía mucho que Bea se había ido cuando Tam pisó algo raro, se agachó a ver qué era y se encontró un pequeño colgante de plata con una especie de relicario. Lo observó un rato, pues le resultaba familiar…¡Claro que lo había visto antes, en el cuello de Bea! La buscó entre la multitud sin éxito, para colmo Tam era más bien bajita y le costaba ver entre las cabezas del resto de la gente. Le pareció verla a lo lejos tras un rato de búsqueda, pero estaba saliendo de la discoteca y ella estaba casi a la otra punta, con lo que sería imposible alcanzarla. Maldijo la hora en que se le pasó pedirle el Instagram, aquella chica era  preciosa y un verdadero encanto y le hubiera gustado muchísimo conocerla más. Entonces, mientras maldecía para sí y a pesar de que iba un poco borracha y de que sus amigas no dejaban de darle la lata sobre la chica desconocida, dio con la solución: Bea le había dicho el nombre de su pueblo, y también que al día siguiente era la boda de su mejor amiga. Claro que podía ser que no se casase en el pueblo, pero por probar…

 

Cuando Bea se levantó al día siguiente no tardó en echar en falta su colgante. Miró por todas partes, por el suelo, en los bolsillos del pantalón, en el bolso…pero no apareció. Ese colgante se lo había regalado su abuela poco antes de morir, cualquier otro colgante, pulsera, lo que fuera le habría dado igual, pero ese era muy importante para ella, de sus posesiones más preciadas. Sólo se le ocurrió escribir al Instagram de la discoteca y pedirles que por favor, si al barrer aparecía…Encima no tenía tiempo de buscar más ni de lamentarse, tenía que ducharse y volver a arreglarse, la boda de Sara era a mediodía y ya iba con la hora pegada al culo. Se vistió y se maquilló en un tiempo récord y enfiló hacia la plaza de la iglesia, con tanta prisa que casi se choca con una chica que parecía estar buscando algo o a alguien. ¡’’Espera’’! Gritó la chica. Bea se giró y poco más y se cae de culo: allí estaba Tam, con unos vaqueros gastados y una camiseta ancha, sonriéndola mientras tendía la mano hacia ella. ‘’Creo que ayer perdiste esto’’. No lo podía creer, ¡era su colgante!

A pesar de la timidez y de lo que la había impactado la presencia de Tam, no pudo evitar el impulso de darle un abrazo mientras le daba las gracias. Cuando se separaron, Bea le preguntó cómo la había localizado y Tam le contó su labor al más puro estilo FBI. Quería devolverle el colgante, pero también volver a verla. Bea se puso como un tomate, y en ese momento cayó en lo guapísima que estaba Tam y en que a ella con ese vestido veraniego se le veía el vello de los brazos, y quizás incluso un poco el del pecho…Estaba a punto de volverse a romper por todo, por sentirse fea e insuficiente, por el hecho de que esa chica se hubiera preocupado por ella, por la emoción de recuperar su colgante, cuando Tam acercó la mano a su cara y atrapó una lágrima al vuelo. ‘’No llores, anda, que vas preciosa y te vas a estropear el maquillaje.’’

En ese momento Bea sonrió, y Tam sintió que su día se iluminaba aún más a pesar de que ya de por sí era un día soleado. ‘’¿Me das tu Instagram, porfi? Por si vuelvo a perder el colgante o necesito que alguien me rescate.’’ ‘’Faltaría más’’, respondió Tam. Tras esto se despidieron y Bea enfiló hacia la iglesia mientras Tam cogía su moto para regresar a la ciudad. Pero aquello no fue un adiós, sino un ‘’hasta luego’’.

 

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