Un día estacionas entre dos coches y no te queda más remedio que bajarte y atravesar el estrecho espacio que quedó entre los vehículos. Entonces, se forma una gran odisea, y tienes que hacer virguerías para que tu culo no choque por todas partes. Y, sobre todo, evitarás a toda costa quedarte atascada. Seguramente, contraerás el abdomen y apretarás tus nalgas con todas tus fuerzas. Saldrás de allí sofocada, pero apurada. 

Y serás la “Sofocada pero apurada” de First Dates. ¿Lo visualizas?

Echándole humor al asunto, hoy en día muchas mujeres desean tener un gran booty como el de Jennifer López. Pero, somos muchas las que lo hemos heredado por nuestra genética y, en ocasiones, un día de frustración con aquellos pantalones que no nos sirven, nos pueden (verdaderamente) arruinar el día. 

Desde atravesar un escondrijo, hasta probarse un pantalón, ponerse un neopreno… A veces desearíamos que nuestras nalgas bajaran de peso, para poder acomodar ese pantalón o ponernos un vestido tan cómodamente.

Sin embargo, la aceptación de nuestros bootys parte de nosotras, desde nuestra fuerza de voluntad hasta la autoaceptación.

Recientemente, entraba en un bucle de incertidumbre intentando encontrar la talla de cintura exacta y perfecta. Esa talla de pantalón que no queda ni muy apretada ni muy floja en la cintura y que, con suerte, midiendo 1,61cm no te quede demasiado largo en los pies. 

Al principio de esta búsqueda, me centraba tanto en las tallas que, o me cogía una talla 36 y estaba completamente embutida, o: talla 40 y flojeando.

Hasta que entré en aquella tienda de ropa interior, y me enamoré de unos bikinis preciosos: mi atención se concentró en una brasileña preciosa pero diminuta en proporción a mi culo. Era consciente de que la talla no me correspondería, pero a sabiendas de ello quería corroborarlo. 

Me metí en aquel probador, con el bikini diminuto y lo intenté acomodar en la cintura y nalgas. 

¿Expectativa?

“Tengo un culo grande, pero esto tiene que entrar. No puedo tener tanto culo… Además, otra talla más… ¡qué decepción!”

¿Realidad?

“Esto no me entra ni en broma. Por favor, dependienta me puede traer una talla más. O, no, espera, espera: dos tallas más”

Después de probarme la talla que me correspondía, mi cuerpo se relajó, nada me apretaba en las ingles y mi culo ahí seguía, sin apretarlo, sin esconderlo.

Cuando me dirigí a pagar, le dije a la dependienta: <<mira, esta si que es mi talla, es que tengo un culo…>>

¿Sabéis que es lo que me respondió? Una de esas respuestas que tienen poquísimas palabras y que aparentemente no dicen nada y posiblemente lo digan todo.

La respuesta fue: ¿Y cuál es el problema? Vaya…

En el momento, me quedé avergonzada ya que… ¿Cuál era el problema? ¿Mi culo? ¿Por qué no me quería adaptar a la talla que le correspondía a mis nalgonas?

Como casi siempre ocurre, ansiamos lo que no tenemos. Aunque, ¿Qué hay de malo en lo que tenemos? 

Para todas las culonas de este planeta, pensad que no tenéis nada que disimular: ¡no escondáis vuestros culos! La diversidad de glúteos es un universo… y tener unas buenas nalgas puede ser una gran aventura en muchos aspectos de nuestras vidas. 

 

Al principio, agonizaba a la salida de cada escondrijo: entre dos coches, al subirme los pantalones, pero, ahora, cada vez que bailo, que me subo el neopreno y me miro al espejo con aquel pantalón pitillo me hago la misma pregunta:

¿Y cuál es el problema? 

La receta para querer todas las partes de nuestro cuerpo quizá no exista, o sí. Pero, un consejo:

Reírte de ti, con humor, todo lo puede. 

En uno de esos días en que no me sube el pantalón “ni a tiros”, imito a Shin-Chan a lo “cuíño cuíño” y se me pasa.

More humor y amor para todos los bootys!!

Yaiza Escobar