Uf, ¡qué bien sienta decirlo! La de veces que lo he pensado sin poder ni siquiera verbalizarlo.

No me malinterpretéis, adoro a los churumbeles de mis amigas, pero… podrían haber esperado un poquito más para reproducirse, ¿no?

Nos quedaban tantas fiestas por bebernos juntas, muchos viajes llenos de anécdotas para reírnos durante la siguiente década entera y ¡qué decir de las mil cenas con extra de confidencias y vino rosado…!

Cuando tu primera amiga se queda embarazada, todo son promesas de “nada cambiará”. Pero solo cruzar la puerta de la habitación del hospital, esa misma mujer que has visto mil veces borracha y otras tantas le has cogido el pelo mientras potaba tiene otra aura: la de la responsabilidad maternal.

La misma amiga que te ha tenido más horas que un reloj esperando mientras escogía modelito, va y te recibe hecha unos zorros mientras se saca la teta delante de quien sea que esté allí.

Este es el primer indicio de cambio.

Mientras el crío es pequeño, aún tiene un pase. Total, lo aparcan en el cochecito a su lado mientras te hablan de pezones agrietados,  puntos en el chumino y sacaleches…

Y tú, todo inocente, aún te crees que cuando el monstruito crezca todo volverá  a la normalidad.

¡Ay, que ingenua eres! Olvídalo, nunca volverá a ser igual y, cuando antes lo aceptes, mejor para ti.

Esas promesas eran solo promesas. Cómo cuando tu primer novio te decía: “solo la puntita”.  Son de esas cosas que te cuelan solamente una vez.

Poco a poco ves como esa amiga del alma empieza a relacionarse con otras madres y, sin poder evitarlo, dejáis de tener cosas en común y vuestra amistad se reduce a recuerdos de juventud y amor costumbrista.

Imagino que si no habéis pasado por esta situación pensareis que soy mala e egoísta. Y si sois del mother team me veréis como una especie de anticristo zampa niños.

Pero, ¿puedo haceros una reflexión?  Para que de esa manera, podáis, aunque sea solo un poquito,  entender mi punto de vista.

La decisión de mis amigas de ser madre cambió sus vidas. Pero no sólo las suyas: La mía cambió también. 

Esa amiga con la que me quedaba horas colgada al teléfono dejó de contestarme. Y lo entendí.

También dejamos de celebrar sus cumpleaños, y los míos, para empezar a celebrar fiestas frikis de aniversario con otros millones de niños sucios y llenos de mocos tocando mi nuevo outfit, y me adapté.

Mis problemas (déjame añadir que son los mismos que tenía ella antes) parecen ahora tonterías mientras se los cuentas. Y te responde algo tipo: “cuando seas madre te darás cuenta de lo que es importante de verdad”.

En definitiva, esa amiga desaparece y se convierte en otra persona que te cae un poco peor, lo reconozco.

Sé que hay quién dirá que soy una inmadura que vive en el pasado instalada en una  juventud eterna. ¿Y si es así, qué?

Como mujer sin hijos reivindico mi espacio para tener problemas superficiales que no tengan nada que ver con un ser que he creado yo.

Reclamo la opción de volver a casa pedo mientras sale el sol y pasarme todo el puñetero domingo en pijama mirando Netflix.

Y me reservo el derecho de, solo a veces, muchas, echar de menos a esa amiga mía que ha sido madre.