Manoli, que es muy amiga mía desde que éramos unas mocosas, me había estado encima con el dichoso tema días y días. Hacía pocos meses que había abierto un establecimiento nuevo en el barrio y ella, que no se pierda una, quería ir a cotillear aunque al final no se dejase ni un duro.

Tenía yo clarísimo que si la tienda no fuese de lo que era ya me habría venido a mí con las últimas novedades. Pero, ¡ay amiga! Que eso de ir sola a un sex-shop era demasiado hasta para ella, que me contaba todos sus folleteos con su Paco como si me estuviera resumiendo una película del Brad Pitt.

El caso era que Manoli estaba muy pesada intentando convencerme de que nos acercásemos una tarde a darnos una vuelta por ‘Los secretos ocultos’.

Que me ha dicho Lorena que tienen desde películas XX a ropita sexy para hacerle el salto del tigre al maromo…‘ me repetía mi fiel compañera de batallas mientras removía el café con leche con mucho brío.

Pero Manoli, ¿qué vamos a pintar nosotras en un sex-shop con casi cuarenta años? Si a mí ya me duelen partes de mi cuerpo que no sabía ni que tenía, ¿para qué quiero hacer el salto del tigre?‘ le respondía yo con cara de pocos amigos.

Ni sabía yo lo que era el salto del tigre ni ganas se me presentaban con solo escuchar su nombre. Estaba una para dar saltos encima de nadie, y muchísimo menos de mi Pepe, que se deslomaba el pobre cada día en el trabajo como para que mis cien kilos y yo le saltáramos en plancha llegada la noche. ¡Madre del cielo, menudo cuadro!

El problema es que mi buena Manoli es muy persuasiva (y pesada, muy muy pesada). Así que un poco por no oírla más y otro poco por curiosidad, puse los ojos en blanco y acepté acompañarla a la tiendita de marras.

Ella se puso a dar brincos en el bar como si fuera una niña de diez años y yo la mandé a la mierda como solía hacer siempre que me tocaba un poco los cojones. Y no eran pocas veces, la verdad.

Nos citamos esa misma tarde, debía tener miedo mi colega de que yo me echara atrás. O eso o es que la muy cerdi ya le había echado el ojo a algún cachivache y le hacía el chocho calimocho por comprarlo. Yo es que me la conozco como si la hubiera parido, y esta tía ya se sabía el catálogo online del sex-shop de memoria como Leticia me llamo.

Manoli apareció en el portal de mi casa como quien sabe que va a hacer algo prohibido. Me agarró del brazo apretándomelo con fuerza y echó a andar a paso acelerado. Esta mujer sin remedio se había maqueado como una puerta, que yo ya no sabía si íbamos a darnos un paseo por una tienda o a la boda gitana de la Jessi.

Cien metros que separaban mi casa de aquel local, y mi amiga ya me había puesto la cabeza como un bombo contándome todo lo que íbamos a ver.

Y tú no te portes como una amargada, que pones esa cara de vieja avinagrá y nos haces quedar fatal a las dos‘ me espetó la muy mendruga antes de entrar por la puerta.

Ni tiempo me dio a responderle (o a volverla a mandar donde ella sabía). Allí que se metió tirando de mí por el mismo brazo que había ido maltratando durante todo el camino.

Las dos nos quedamos como paralizadas nada más entrar. Anda que no había ido yo veces a aquel mismo local cuando era la zapatería de mi amiga Josefa, pero ahora aquello no era ni medio parecido. Las luces, la música, el olor… Todo era diferente y nosotras no teníamos ni idea de por dónde empezar.

Manoli se las dio de súper entendida y rápidamente se dispuso a toquetearlo todo mientras me iba explicando lo que hacía cada cosa. La dueña la miraba sonriente desde el otro lado del mostrador hasta que, tras escucharla un buen rato, se decidió a ayudarnos. Obviamente mi compañera no había dado una y la estaba cagando lo más grande.

Pero aquella mujer sí que sabía, era como una wikipedia del sexo y el placer. Yo no abría la boca para nada, escuchaba y alucinaba con todo lo que la chica nos iba mostrando. Geles que parecían gomina pero eran especiales para echar un kiki, vibradores de todas las formas y colores, bolas para meterte por el chirri…

¡Esas bolas, esas son las que yo necesito para poner todo en su sitio!‘ se emocionó Manoli al escuchar a la experta hablar sobre las bolas chinas y lo mucho que ayudaban tras haber sido mamá.

Ahora resulta que después de parir recomiendan hacer ejercicio con los músculos de la vagina poniéndote unas bolas como quien se pone un tampax. ¿Y a mí por qué no me dijeron nada de eso? Yo, que ya debo tener lo de ahí dentro más fofo que la barriga de mi suegra, que he parido dos niños grandes como dos soles.

Dos horas estuvimos dándole la tarde a aquella pobre muchacha. Bueno, para ser justas, fue Manoli la que le taladró el cerebro con sus millones de preguntas y comentarios fuera de tono. Que yo cada vez que la escuchaba contar algún encuentro sexual me ponía de todos los colores, y la pobre dependienta intentaba cortarla pero no había tu tía. Allí todos a enterarse de cómo le gusta follar a la Manoli y callarse y no quejarse, que es lo que hay.

Cuarenta euracos se dejó mi amiga en un juego de bolas que prometían dejarle el chichi como nuevo. Que luego me vendrá llorando a final de mes porque qué vida más puta y qué nómina de mierda tiene, pero esto no se lo ha pensado ni un poquito. Y yo la verdad es que también hubiera picado en un vibrador con mil posibilidades, pero ando escasita de parné así que por no hacerle un feo a la mujer, me terminé comprando un tanga hecho de caramelos la mar de bonito.

Oye, ¿y aquí me entrará a mí el culo?‘ le pregunté a Manoli una vez fuera de la tienda.

Sí mujer, mira, si lo pone bien claro: Una sola medida para todas las tallas‘ respondió aquí la entendida traduciendo del inglés una frase de la caja.

Seguimos el camino a casa pero a mí la duda no se me había resuelto. No me cabía a mí mucho en la cabeza que mi culamen de la talla 52 fuese a usar el mismo tanga que uno de la 38, pero si allí ponía aquello, tendría que callarme.

Lo cierto era que mi intención no era en absoluto darle uso a mi auto-regalo. Es más, imaginaba que aquel tanguita comestible terminaría devorado o por mis dos demonios o por mí misma mientras veía la gala final de Gran Hermano. Todo muy sensual, como mi vida.

No me imaginaba yo que Pepe, ese marido mío que a veces parece estar en casa por echar el rato, iba a prestar la más mínima atención a aquella caja.

Leti, ¿qué es eso que hay encima de tu mesilla?‘ gritó desde la habitación riéndose muy fuerte. Yo me acerqué rápido dándome cuenta de lo que estaba pasando.

Bah, ¡nada! Hoy que fui con Manoli al sex-shop a cotillear y me lo compré por hacer la broma‘ dije en seguida guardando el tanga en un cajón de la cómoda.

Pero no lo guardes mujer… que para una vez que podemos hacer algo interesante…‘ se me arrimó Pepe volviendo a abrir la cómoda y sacando la caja de nuevo.

¡Pero bueno! Resulta que ahora mi marido, el rey del misionero y del aquí te pillo aquí te mato, se pone morcillón con un juguetito de gominolas. ¡Habrase visto, después de más de quince años de matrimonio! De lo que no se entere una gracias a Manoli…

Como los niños ya estaban acostados hacía rato, en ese mismo momento nos pusimos Pepe y yo a meternos mano. Que si dame eso que es mío, que si ponte el tanga que te lo voy a comer todo, sin casi darnos cuenta estábamos los dos en pelota picada y dándonos el filetazo contra la cómoda de la habitación.

Te quiero comer el chirri‘ me susurró Pepe al oído poniéndome muy muy loca.

¡Pues dale! Ya estás tardando…‘ le respondí abriéndome de piernas y apoyando una de ellas sobre la cama.

Sí, pero ponte el regalito, que te lo voy a comer con sabor a chuches.

Y a ver, yo tenía cero ganas de ponerme aquel tanga que tenía pinta de incomodísimo, pero quería que mi marido me chupetease el coño como nunca. Pros y contras… Cunnilingus, cunnilingus. Me abrí de piernas para ponerme el dichoso tanguita.

Según lo tuve en la mano lo vi claro. Eso de ‘una sola talla para todas‘ era una milonga que Manoli o el chino que había envuelto aquello, se habían inventado. Mis muslámenes no iba a entrar por ahí ni aunque lo intentase con aceite de oliva. Pero dile tú ahora a Pepe que se coma los caramelos sin coñete de por medio, que la que se queda a medio polvo soy yo. ¡Nada! ¡Esto hay que intentarlo! Total, para el ratito que va a durar puesto…

Meto un pie, meto el otro, y empiezo a subir el hilo de chucherías entre mis piernas. Sobrepasando las rodillas aquello ya empezaba a ponerse complicado, comienzo a estirar la goma. Pepe me miraba ansioso sentado en la cama frente a mí. Yo continuaba subiendo lentamente pretendiendo parecer sexy.

¡Listo! ¿Qué te parece mi coñito dulce?‘ dije digna y orgullosa una vez que vi que aquel ínfimo tanga había logrado llegar a cubrir levemente mi purrusalda.

Ven aquí, que hoy me va a dar un subidón de azúcar‘ me respondió el nuevo Pepe más empalmado y cachondo que nunca.

Entonces agarró todo mi culo con sus dos pedazo de manos y tiró de mí para acercar mi chochete a su cara. Lo que no nos esperábamos ninguno de los dos era que en el momento en el que yo diera un paso al frente el micro-tanga no aguantase más la tensión. Yo sentí una especie de pellizco extraño en una zona cercana al agujero del culo (imagino que por culpa de la goma estallando de la presión) pero el pobre de Pepe se llevó la peor parte.

Con su cara a apenas unos centímetros de mi cuerpo y con los ojos abiertos como platos como los tenía, uno de aquellos caramelos de soda le dio en toda la diana, que el bueno de mi marido se echó la mano al ojo en plan ‘tocado y hundido’.

Chuches rodando por el suelo, a mí colgándome del culo el restillo de la goma rota del tanga y Pepe tirado en la cama rabiando de dolor en pelotas y ya a medio empalmar. Yo no sabía si reír o llorar, así que decidí auxiliar a mi marido por si el pobre había perdido el ojo por culpa de un cunnilingus.

Por suerte la cosa quedó en un susto y no le he tenido que comprar un parche tipo pirata a Pepe. Pero vamos, que ya lo hemos hablado y volveremos al sex-shop los dos juntos a conocer nuevos placeres y darle vidilla a nuestros polvos, aunque sin tangas enanos tirachinas de por medio.

Manoli me ha preguntado un par de veces que si le he dado uso al tanguilla y ya la he puesto sobre aviso de que esa era un arma de destrucción ocular. La muy cabrona se ha reído de mí todo lo que ha querido, pero me ha dejado muy claro que no ha llegado a mearse encima porque ella ahora usa las bolas ejercitantes y controla los músculos de sus bajos como si fuera una ninja vaginal.

Pues nada, eso que nos llevamos cada una. ¡Qué mal repartido está el mundo!

Anónimo