Ya sabemos todos que no comemos solo por necesidad, sino que la mente tiene un papel demasiado protagonista. Al menos en mi caso, me atrevo a decir que esta controla mi ingesta de alimentos en un 80 por ciento; así que decidí ponerme manos a la obra y evitar que mis pensamientos fueran mis enemigos a la hora de comer.

Desde hace más de una década, he arrastrado problemas con la comida y no he sabido buscar apoyo. He encontrado a veces mucha satisfacción en los alimentos y he cubierto ciertas necesidades de mi vida comiendo. No se me iba la mano sólo con los dulces y comida basura, que sí, pero también he encontrado placer en un buen bol de frutas con yogur o en una ensalada normalita. Sin embargo, desde hace algo más de un año, mi forma de enfocar la vida ha cambiado mucho y trato, no sin esfuerzo, de darle a la comida la importancia que merece, pero sin dejar que me controle. Me ha costado mucho sacrificio mental, muchas veces la lucha ha sido tortura y sé que, si no me mantengo fuerte, puedo volver al mismo pozo. La cuestión es que, desde que me vi con mayor estabilidad emocional, me paré a pensar en mi manera de alimentarme y, aunque ha mejorado muchísimo, seguía sin ser completamente adecuada.

Empecé a pensar seriamente en qué como, qué no, por qué después de comer me tomo un té, por qué me pongo de mal humor si no tomo café por la mañana, por qué no he pasado más de tres días (y normalmente por caso de enfermedad estomacal) sin comer azúcar.

La teoría me la sé de pe a pa: verdura, buena; grasas saturadas, malas. Y sabiendo que el tema es más complejo que esa simpleza de ecuación, decidí intentar pasar el mayor tiempo posible sin tomar azúcares refinados. ¿Y por qué azúcar y no sal, por ejemplo? Porque estamos demasiado expuestos al azúcar, que nos lo meten en vena casi sin darnos cuenta desde que somos pequeños. Y, después de documentarme lo máximo que puede sobre el tema, fui consciente de cómo el azúcar transforma nuestra percepción de los sabores. Simplemente pensé en mi día a día. ¿Por qué bebía café, si no lo soportaba sin mis dos cucharaditas de azúcar? Y así, cientos de ejemplos. Pero no seré yo quien diga que el azúcar es el “veneno dulce” que hará que la raza humana se extinga. Puestos a analizar los alimentos, y dada la manera en que se procesan estos, no podríamos comer absolutamente nada que no creciera de la tierra directamente.

Hace algo menos de un mes comencé la aventura. Me conciencié de que iba a ser difícil, que podría estar inaguantable, pero decidí que no iba a ponerme metas. Si sólo conseguía estar un día de mi vida sin haber ingerido nada de azúcares refinados, no sería una derrota. Así que, quitándome presión, conseguí estar casi tres semanas “limpia”. Sí tomé alguna cerveza una noche que salí de fiesta, y fue justo después cuando volví a mis hábitos, más o menos, normales.

Vaya por delante que este no ha sido un “experimento” cien por cien exacto porque seguro que se coló algún grano de azúcar y que esto lo hice por retarme a mí misma. Nada más.

Después abrí la nevera y marqué con un “x” en rojo aquello que no podría comer: nada de pan, cereales, galletas, dulces, yogures varios, zumos ya preparados… En resumidas cuentas, había que mantenerse lejos de todo aquello que no proviniese directamente de la tierra.

Pasé la primera prueba de fuego, llegó el segundo día, y el tercero, y el cuarto… Y eso me motivaba. Hice partícipe a todo mi entorno para que no se les ocurriera tentarme con ningún alimento fuera de mi lista permitida.

Me habían advertido de que la primera semana podía estar muy irascible y cansada, que era normal, ya que parece ser que el organismo sufre un proceso de asimilación y le cuesta habituarse a los cambios. En mi caso, esos siete primeros días estuve muy feliz y nada agotada; de hecho, todo lo contrario. Hacía tiempo que no me sentía tan positiva y enérgica; cosa que me dio más impulso para mantenerme firme y seguir con el experimento.

En la segunda semana sí flaqueé un poco. Tal vez tuvo que ver que no apareciera el sol durante unos días en mi ciudad, o que las hormonas quisieran boicotearme, pero el caso es que me apetecía comer a todas horas; y el cuerpo empezaba a cansarse de tomar siempre lo mismo. Aun así, resistí y aguanté. Fui a supermercados diferentes para ver variedad de alimentos libres de azúcares. Miré productos ecológicos, para diabéticos, etc; y así, encontrar algo que fuera diferente para comer entre horas, que es lo que no llevaba nada bien durante esa segunda semana. Lo más que encontré fueron unas tortas de arroz y unos palitos de cereales que no llevaban, según decía la etiqueta, nada más que harina integral, agua, semillas de mil cereales diferentes y una pizca de sal. Quise creérmelo y los compré. Me los comí muy a gusto.

Y llegó la tercera semana, que básicamente fue igual que la primera. Las hormonas me dejaron en paz, salió el sol y volví a querer comerme el mundo sugar free. Seguí unos días más y podía haber continuado sin problemas; pero decidí que no más. Y os explicaré por qué.

Soy una persona que no había podido estar más de tres días sin comer chocolate. De hecho, pensaba que era adicta, pero me he demostrado a mí misma que la costumbre era lo que me pesaba. Aunque ha pasado poco tiempo desde que dejara el experimento, os aseguro que ahora puedo pasar días sin probarlo y no me pasa nada. No me enfado, no me agobio, no lo echo de menos; pero el día que me apetece comerlo, no me torturo. Puede que si volviera a tomarlo de la manera que lo hacía antes, caería en la misma rutina.

Por otro lado, creo que en esta vida hay que disfrutar. Si tengo una cena con los amigos y de postre hay helado y me apetece comérmelo, ¿por qué no iba a hacerlo? No va a matarme. De la misma manera que si me apetece comerme el trozo de pan que acompaña a las comidas.

Además, aunque le he cogido cierto gustillo a eso de mirar cada componente de las etiquetas de los alimentos, no quiero volverme loca con estas cosas porque si no, como decía antes, no comeríamos nada más que lo que nos regalara la madre naturaleza. No podemos controlarlo todo. Está bien ser conscientes de lo que consumimos, pero sin obsesiones.

Resumiendo.

En contra: nada nos puede asegurar que lo que nos prometen que no lleva azúcares refinados sea cierto; no he encontrado gran variedad en alimentos libres de azúcares (aunque puede que sea también que no he buscado a fondo); es muy complicado mantener esta alimentación fuera de las paredes de la casa de una y algo aburrido si no se innova en las recetas (sobre todo de cara a la merienda, que es lo que a mí más me ha costado).

A favor: sí, he redescubierto sabores. Ahora puedo tomarme el café sin azúcar, aunque no es la bebida que elijo si tengo otras opciones. He descubierto otras alternativas de postre y merienda. El cuerpo me pedía fruta a todas horas del día. También cereal; así que, como variante, comencé a hacer recetas variadas de galletas de avena con frutas y nunca le añadía azúcar. Me he comenzado a desintoxicar del chocolate, cosa que me alegra; porque, aunque nada es malo si no se lleva a extremos, reconozco que se me podía escapar de las manos. También he visto que mi mente y mi cuerpo han trabajado en equipo, cosa que hacía tiempo que no pasaba. Cuando pasaban los días, me veía fuerte para continuar y mi cuerpo reaccionaba con energía; así que han sido tres semanas de encontrarme con un nivel de bienestar que no recordaba. He comido alimentos que no pensaba que me apetecerían, así que he ido probando cosas nuevas que tal vez no hubiese tomado de no ser por esto…

Mi pensamiento de ahora en adelante no es solo que lleves una alimentación equilibrada; sino que los alimentos que comemos estén equilibrados. O sea, me puedo comer una galleta, no el paquete entero; pero también miraré que esa galleta no sea 90 por ciento de hidratos y que esos hidratos sean, la mitad, azúcares.

Y si alguien se pregunta si mi peso varió en esas tres semanas, diré que me medí; pero dejé de hacerlo conforme pasaban los días porque la base de esto era buscar el beneficio para mi cuerpo y, que yo sepa, eso no lo marca un centímetro arriba, un centímetro abajo.

Little Lizard