Abro el relato de mi experiencia con un consejo “Escoged bien a vuestros compañeros de viaje” y con una sentencia: «No hay nada mejor que viajar sola».

Yo lo aprendí tras salir del país con el chico con el que llevaba saliendo un par de meses. Teníamos ganas de compartir vivencias y tiempo, de estar juntos, de seguir conociéndonos…

 

 

Los problemas comenzaron antes incluso de que llegara la fecha de partida:

Por su parte, había planificación CERO PATATERO. Yo no es que sea la persona más cuadriculada del mundo, pero ya que el destino era el extranjero, ¡qué mínimo que mirar con antelación las posibilidades!

Bien, lo tuve que hacer todo yo. No problem, yo lo disfrutaba como parte del proceso de salir por el mundo.

En segundo lugar, EL DINERO. Ninguno de los dos íbamos precisamente sobrados, así que habíamos calculado meticulosamente cómo emplearlo.

 

 

Él tenía problemas con su tarjeta bancaria desde tiempo antes de irnos. No podía retirar efectivo y me pedía, cuando salíamos a cualquier sitio, que pagase yo y luego él me lo devolvía por Bizum.

La fecha del viaje se acercaba, yo veía que esto no se solucionaba y no paraba de recordarle que lo hiciera, que quería irme tranquila. Él solo decía que sí, pesada.

 

HOMBRE ORGASMO
                                                                Así es cómo estaba solucionando lo de la tarjeta.

 

Como habíamos decidido viajar en coche y el trayecto era largo, nos íbamos a turnar para conducir. Me ofrecí a hacer más horas de las que debía porque no he pasado más miedo en mi vida que con él al volante, conduciendo como el culo, a una velocidad altísima y pegándose a los coches. No me había dado cuenta de que lo hiciese en los pequeños trayectos por ciudad que hasta entonces habíamos compartido.

Ya veis cómo me estaba calentando ya desde el primer día

 

                                        Y esto acaba de empezar…

 

El alojamiento de nuestro primer destino era una habitación en una casa. Y aunque él se había desentendido de la búsqueda desde el primer momento, yo le había ido no solo informando sino consultando.

Pues bien: cuando llegamos, se sorprendió. Que no lo sabía. ¡Y yo se lo había dicho cien mil veces!

 

                                                                                      ¿Necesitas que te compre un Sonotone?

 

Bueeeeno, todavía quedaba paciencia en el saco. Además, estaba tan ilusionada y emocionada que toda la buena energía colapsaba todo lo demás.

Pero poco a poco el vaso se fue llenando hasta que desbordaría a base de pequeñas gotitas como estas:

– En pleno corazón de la capi, con un Free Tour reservado, se dio cuenta de que se había olvidado la cartera en el  coche, sabiendo que yo iba a llevar encima el dinero mínimo en efectivo. “Ponlo tú y te hago un Bizum” me dijo. Respiré hondo y puse su parte. DE MILAGRO llevaba para los dos.

– Al SEGUNDO día se quedó sin tabaco. Yo le había insistido por activa y por pasiva que no se olvidase de llevar de sobra, que yo – por motivos de espacio- iba a coger lo justo (ambos fumamos tabaco de cosecha natural que compramos directamente al proveedor). Me quedé sin mi tabaco a mitad del viaje, teniendo que comprar del industrial que, a parte de mucho más caro, no me gusta.

 

                                               Esta sí que te la guardo…

 

– Salíamos a hacer cualquier cosa y, al terminar EL PRIMER PLAN DEL DÍA, ya se encontraba cansado y había que volver a la estancia. Yo también me agotaba pero no me había recorrido tantos kilómetros para pasar el día durmiendo. Perdimos de visitar y ver un montón de cosas y sitios por esto.

– Andaba SUPER LENTO: 3 horas para bajar del coche, 3 horas para cruzar una calle, como si fuera un señor mayor.

 

señores de más de sesenta
                                                                                  Siéntese, no se canse, abuelo…

 

– El tercer día fuimos por la noche a un concierto en las afueras. Al salir, no había taxis, ni ubers, ni transporte público. Un colapso de gente queriendo volver y no había forma. Nos dicen que hay una opción parecida a Uber que se coge con reserva por internet. Estupendo.

Yo me había quedado sin batería en el móvil, él lo intentó a través del suyo y…¡sorpresa! No pudo reservar por el problema con su tarjeta bancaria. Por si fuera poco caos, encima no paraba de protestar porque estaba cansado y se quería ir.

Yo me mordía la lengua para no estallar. Así que solo le pedí que mirara con su teléfono la distancia hasta el apartamento por si podíamos llegar caminando aunque el trayecto fuera de una hora (me gusta andar y además, así veríamos la ciudad desde otra perspectiva, de noche. TRATABA DE SER POSITIVA).

Pues me respondió que NI DE COÑA SE IBA A IR ÉL ANDANDO, que para eso prefería quedarse a dormir ahí en las escaleras.

Gracias al universo, después de mil años apareció un ángel en forma de taxista y nos pudimos ir.

– A la mañana siguiente, habíamos reservado el segundo y último Free Tour. Yo ya me desperté encabronada, y mi enfado fue subiendo al ver el ritmo que llevaba y que encima se molestaba si le metía prisa.  Pues nada, al final no llegamos a tiempo. Así que nos fuimos a desayunar y con toda su pachorra me dijo:

“NO, SI YO AGRADEZCO QUE HAYAMOS PERDIDO EL FREE TOUR, NO TENIA GANAS”.

 

VETE A TOMAR POR SACO, HOMBRE YA…

 

Me cogí un rebote que no os podéis ni imaginar. Mosqueada al máximo, decidí perderme y a él le pareció bien. Me fui a pasear, a tomarme una cervecita a una terraza super tranquila, a comer y a visitar sitios que sabía que no le interesarían o “se cansaría”. QUÉ A GUSTO ESTUVE ESE DÍA.  Él pasó toda la tarde sobando en el apartamento.

Yo había conseguido desconectar de mi mala hostia durante aquellas horas, así que cuando regresé, había vuelto el buen rollo entre los dos y pasamos una noche aceptable. Creí ingenuamente que ese estado podía durar el resto del viaje… pero al día siguiente llegó la crisis final (o esa gota que desbordaría el vaso, si lo preferís).

Visitamos un pueblo precioso, y al final de la calle céntrica había unas escaleritas para continuar. Él resopló “¿y si mejor nos vamos a la playa?”.  Yo volví a coger aire y le dije que no se preocupase. Que si no le apetecía ver el sitio, me esperase tomando algo en el bar donde habíamos dejado el coche en lo que yo volvía. Él accedió y nos separamos. Yo estaba contenta porque no había visto que le sentase mal.

 

mujer playa
Descubriendo el placer de viajar SOLA

 

Volví y en el coche empezamos a debatir sobre el plan de la tarde, que días atrás ya habíamos planificado para visitar el centro de la ciudad. Él seguía erre que erre con ir a la playa. Yo le contesté, con mucha delicadeza, que si íbamos a la playa entonces no nos quedaría tiempo para visitar el centro. Él soltó “joder con el centro” y hala, cara larga todo el trayecto.

De acuerdo, voy a ser flexible, pensé. Aunque a la playa ya hemos ido, voy a ceder, que la cosa cada vez está más tensa…

 

 

Pues, de camino a la playa, a pesar de estar el vaso prácticamente lleno, os juro que yo no estaba de mal humor. Solo le pedí que comprobara en su móvil qué playa era. Respondió que no iba a mirar nada, que él ya lo sabía (a pesar de nunca antes haber estado allí). Yo insistí porque había varias playas seguidas, simplemente para estar seguros y no perder tiempo si nos equivocábamos.

Lo hubiera comprobado yo misma si no llego a tener las manos ocupadas con un café que me estaba tomando y si no estuviera a punto de quedarme de nuevo sin batería. Me molestó que SIEMPRE era yo la que estaba buscando todo y poniendo ubicaciones (por eso volaba la batería, por cierto) y se lo dije. Discutimos de nuevo, esta vez bastante acaloradamente además.

POR PRIMERA VEZ en todo el viaje, empezó a andar rápido. Y cuando llegamos a las escaleras de bajada a la playa, me dijo “no tengo ganas de playa. Me voy al coche a dormir la siesta”.

 

       ¡Pero si has sido tú el que has dicho DE IR A LA PLAYAAAA!

 

Se giró y echó a andar. Yo no iba a aguantar ese desplante así que volví por mi cuenta.

Por la mañana, cuando desperté, él estaba sentado cual psicópata de espaldas a mí en el borde de la cama. Entonces me comunicó que se volvía a a casa. “¿Te vienes?”

No me lo pensé, dije directamente QUE NO. Aún quedaba un día de hotel y no iba a desperdiciarlo porque al señor se le antojase.

Efectivamente, se fue y yo lo hice al día siguiente en un Blablacar (mejor dicho, en dos, porque no había combinaciones directas).

Y ESE ÚLTIMO DÍA VIAJANDO SOLA FUE EL MEJOR DE TODA MI VIDA.

 

Relato escrito por una colaboradora basado en una historia real.

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