Y entonces nos dijimos todo.

Todo lo que llevamos más de 20 años callando, todo lo que parecían gritar nuestros ojos pero nuestros oídos no querían escuchar, todo aquello que habíamos compartido de ventana en ventana, en cada cruce en el portal o en esos viajes en silencio en el ascensor.

Pero ese entonces aún no ha llegado.

Nos sobran y nos faltan las ganas a la vez.

Quizás el tiempo corrió en nuestra contra, o lo dejamos correr.

Quizás no hicimos nada para juntar los caminos que la vida iba separando, a pesar de que siempre, de vez en cuando, coincidíamos en algún cruce, como si la vida nos viniera a decir sin gritarnos un «ey! que estáis aquí de nuevo, juntos, deciros ahora lo que lleváis dentro». Pero no, porque en cada cruce, unas sonrisas, unas conversaciones vacías y dos corazones encogidos. Y cada uno por su camino, esperando siempre al siguiente cruce, a la siguiente vez, a la próxima sonrisa, al comentario irónico que esconde más verdad que la que callas… Esperando. Y se pasa la vida.

Pasa la vida y nos buscamos en los recuerdos, como quién busca aquella vieja cinta grabada de la radio con su canción favorita. Nos buscamos en los recuerdos pero no creamos recuerdos nuevos, son siempre los mismos, y tienen tanto tiempo que a veces ya nos vemos codificados, como si la señal ya no llegara bien, incluso sospecho que los mezclamos con momentos y situaciones que no ocurrieron.

Todo es más bonito e ideal en los recuerdos. Al fin y al cabo, son nuestros y los adornamos e idealizamos como queremos. O como querríamos que hubieran sido.

Caminamos por las calles deseando cruzarnos en la siguiente esquina, aún sabiendo a ciencia cierta que no ocurrirá. Nos reconocemos en las canciones que otros escribieron. Nuestra historia se esconde tras los versos de ese poema de Instagram que parece escrito a cuatro manos.

Sonreímos hasta enseñar los empastes cuando al otro le ocurren cosas buenas e incluso, macabros nosotros, bromeamos con la falta de amigos en común que nos informen si al otro le pasa algo en estos tiempos extraños…

Nos buscaremos en las esquelas para enviarnos una corona de hortensias (rosas, por favor) sin nombre pero con ese «La vida nos debe otra» como único recuerdo. Aunque, seamos sinceros, la vida no nos debe nada, la vida nos lo ha dado todo y nosotros lo hemos esquivado sin saber muy bien la razón.

La vida nos la debemos nosotros. Y no sabemos si habrá otra donde decirnos todo.