Ya vas viendo.  Lo que te pida.  Eso se sabe. Y otras mentiras de la vida adulta

Me volaba la cabeza cada vez que me decían eso, y a día de hoy sigo igual: ni voy viendo si la comida necesita más sal, ni la bechamel me pide más agua (tampoco menos), ni por supuesto el coche me pide nunca que meta sexta.   Lo de que “eso se sabe”, ya es otra historia, pero como los pimientos del Padrón, unas veces sí, y otras no.

¿Cómo sé si me gusta ese hombre? ¿Cómo sé si «esto» es un orgasmo? ¿Cómo sé si estoy enamorada? ¿Cómo sé si ya no me gusta este hombre? ¿Cómo sé si este trabajo realmente me llena? ¿Me estaré conformando?

A las personas que como yo, dudan casi siempre ante cualquier decisión y piensan a menudo lo de ¿esto será todo o habrá algo más un poco más allá? nos cuesta bastante sentirnos seguras y tranquilas en ciertas situaciones.  Es como si tuviésemos la necesidad de seguir buscando por si hubiese algo mejor esperándonos a la vuelta de la esquina. No significa necesariamente que no nos guste lo que tenemos, es sólo que tememos que haya algo mejor.

No sé si podría considerarse como un síndrome FOMO (fear of missing out) pero en analógico.

No te crees capaz de saber distinguir «la puta hostia» del «no está mal» y vivimos con un estúpido miedo constante a estar perdiéndonos algo o a alguien, cuando en realidad lo único que tendríamos que tener miedo a perder es a nosotras mismas. 

No queremos conformarnos con la existencia mediocre de la que nos burlábamos de jóvenes, pero tampoco queremos pasarnos toda la vida dudando de si habrá algo más y persiguiendo gamusinos.

Y no sé cómo, pero por fin llega un día en que lo ves todo meridiano y sabes que sí, que acabas de correrte, que no, que aquel tío no te gustaba, que sólo querías gustarle tú a él. Que sí, que de aquel otro estuviste absolutamente enamorada, y que si también, que a éste ya no le quieres, pero sigues con la relación por miedo, comodidad o cariño.  Que no, que este trabajo ni te llena ni te gusta, pero con la hipoteca y esa costumbre tuya tan tonta de querer comer y vestirte, no te atreves a dejarlo.

Empiezas a distinguir con una claridad pasmosa cuando estás donde quieres y cuando te apetece mucho irte. Cuando estás siendo y cuando dejándote llevar. Cuando vibras o cuando sólo te estás balanceando.

Y sobre todo empiezas a entender que cuando algo o alguien no te dice nada, te lo está diciendo todo.

 

La vetusta bloguera