Cuando tenía 16 años, un día quedé con mi grupo de amigos para dar un paseo. Como veis, lo más normal del mundo a esa edad. Aunque en el grupo había más chicas, esa tarde sólo había salido yo y el resto eran chavales. En un momento de la «velada» salió a la palestra el tema de la pornografía, y por casualidad se pusieron a hablar de un actor porno que a mí me gustaba mucho.

«¿Cómo se llamaba este tío? Sí, hombre… Que es así calvete y hace vídeos con un subtítulo de colores y tal…», dijo uno de mis amigos.

Yo sabía de sobra de quién estaban hablando, así que respondí.

«Se llama Fulanito».

Todos se quedaron ojipláticos. Me miraron como si acabase de confesar que había matado a un señor y tenía su cuerpo sin vida en el garaje de mi casa.

«¿Y tú cómo sabes eso?», preguntaron entre risas.

Por primera vez en mi vida me sentí avergonzada de masturbarme, de consumir pornografía y de vivir mi sexualidad libremente.

Esta no es ni de coña la única anécdota de mi adolescencia relacionada con la desigualdad en la mastrbación. Recuerdo bien clarito las clases de educación sexual en mi instituto. No fueron muchas, pero las tengo grabadas en mi memoria. En una de ellas, los orientadores (una chica y un chico) empezaron a hablarnos de sexo y de la importancia de conocer nuestro propio cuerpo, de masturbarnos y de normalizar ese acto tan sano. Lanzaron una pregunta al aire: que levanten la mano los o las que se masturben.

Efectivamente, ni una chica levanto la mano. Sólo los tíos se atrevieron. Yo lo hacía, pero no fui capaz de reconocerlo. ¿Las demás chicas pensarían igual que yo? ¿De verdad no se masturbaban o les pudo la vergüenza?¿Cómo era posible que en una clase de 30 adolescentes en plena ebullición, ninguna de las chicas allí presentes se masturbase? La orientadora vio nuestra cara de circunstancias y en un acto de valentía dijo que ella sí se masturbaba, que no tenía nada de malo y que una mujer también podía hacerlo. Mis compañeros se rieron, y en el recreo alguno comentó por lo bajo la situación.

«Menuda guarra, esa hará de todo con los tíos».

Cuando somos jovencitas aprendemos que masturbarnos está mal, que es motivo de vergüenza. Estoy segura de que la inmensa mayoría de chicas de 13 años para arriba se masturba, pero pocas lo reconocen. En cambio los chicos hablan abiertamente sobre pajas, sobre porno, sobre correrse y sobre sexo. Ellos son machotes. Nosotras somos guarras.

Cuando crecemos y cogemos confianza, empezamos a contarlo como si fuese un pecado. Primero lo confesamos a nuestras amigas de confianza, luego al resto del grupito. Eso sí, lo hacemos con un poco de miedo, como si por decir abiertamente que nos masturbamos, fuesen a crucicifarnos en la plaza del pueblo. Con suerte en la universidad ya perdemos los remilgos y nos la suda lo que piensen.

Espero que alguna mujer de 13, 20, 50 o 90 años lea este texto y se sienta identificada, porque es lo que yo habría deseado en mi adolescencia. Yo me masturbo, tú te masturbas, tu madre se masturba y tu amiga también. El 90% de las chicas lo hacemos, aunque no todas lo digamos abiertamente. De los errores se aprende, y yo ya perdí la vergüenza. Ahora lo grito a los cuatro vientos sin pudores. ¿Te unes a mí?

 

Redacción WLS