Me separé a las pocas semanas de dar a luz a mi hijo pequeño. Cómo debían de ser las cosas para tomar la decisión de buscarme un piso con urgencia y meterme a una mudanza estando recién parida y con una niña de algo menos de tres años. Llevábamos mal un tiempo, pero tuve que recibir una serie de wasaps de la mujer con la que me engañaba mi marido para terminar de decidirme.

La típica historia de infidelidad, supongo. Y, lo que sigue, debe de ser la típica historia de cómo cambian algunos hombres cuando pasan de ser padres a tiempo completo, a serlo solo los fines de semana alternos. No pretendo generalizar, ni mucho menos. Es solo que, como el mío, hay más de uno y de dos y de tres.

Yo no tenía ni idea de que mi marido me estaba siendo infiel. Era muy consciente de que la relación se había enfriado y de que no nos tratábamos como es debido. Sin embargo, lo de que llevara tantos meses manteniendo una relación paralela, no me lo había imaginado ni por una décima de segundo.

En toda mi ingenuidad, y a pesar de la hostia de realidad que me había llevado, asumí que lo único que se había roto era nuestra relación. No creí que su rol como padre fuese a cambiar.

Constatar lo contrario fue una hostia incluso mayor que la de que me pusiera los cuernos desde antes de concebir a nuestro segundo hijo.

 

Me costó muchísimo aceptar y entender que no se trataba de mi rencor. Que, de un día para el otro, el mismo hombre al que yo llamaba ‘padre ejemplar’, era un egoísta que había reordenado sus prioridades y dejado a sus hijos muy lejos de los primeros puestos. Tal vez lo que ocurría era justo lo contrario. No se trataba de que el rencor me hiciera ver lo que no era, sino de que el amor me había impedido ver lo que ya estaba ahí desde siempre. No lo sé.

Solo sé que no reconozco a ese señor que se ha vuelto antivacunas para no pagar la mitad de las que no entran por la seguridad social. Ni al que pide ampliar el régimen de visitas con el único objetivo de reducir la pensión alimenticia en la misma proporción. O al que se va a casa de sus padres los fines de semana que le toca estar con los niños, para no agobiarse al verse solo con ellos.

Yo no elegí mal al padre de mis hijos, fue él el que decidió ser un mal padre
Foto de Mikhail Nilov en Pexels

No lo reconozco, pero es él, no hay duda. Son las decisiones que toma, sus actitudes, su comportamiento. Es él quien decide ser ese tipo de padre. Porque, al contrario de lo que algunas personas me han querido dar a entender, yo no elegí mal al padre mis hijos. Fue él el que decidió ser un mal padre. Fue él. Él es el único responsable. Yo no tengo ninguna responsabilidad sobre cómo ejerce su paternidad. No la tenía antes ni la tengo después de la separación.

Y no pienso dejar que nadie más me vuelva a hacer dudar al respecto.

 

Anónimo

 

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