Hoy también te extraño. Hoy también te escribí. Y también lo borré…
¿Por qué hacemos esto? ¿Por qué caemos en el juego de ver quien es el que más aguanta? Como si el interés fuese una debilidad. Como si por miedo a un rechazo sufriésemos una derrota. Yo sólo le llamaría derrota a todo aquello a lo que no tuve la valentía necesaria de echarle los cojones necesarios para hacerlo.
Ya no estamos en edad para dejar que sea el tiempo quien decida por nosotros. La vida es demasiado corta para quedarse sólo en el intento, y quedarse con las ganas es una de las formas más rápidas de morirse lentamente. Hay que intentar hacer todo aquello que nos importe antes de que el tiempo nos diga que es demasiado tarde, porque nunca es un error lo que se hace con amor. Que le faltemos el respeto al miedo y nos armemos de valor para volver a amar. No esperes nada, simplemente hazlo si lo sientes y quédate con esa satisfacción.
Y si no tiene que ser, que no sea. Insistir con lo que no funciona es creer que te mereces ese rechazo. Si ya le demostraste que te importa y sigue ignorándote, basta, a otra cosa. Quien no tiene tiempo para ti, en realidad no tiene ganas. No te engañes. Porque hay que ver cómo cambian las ganas de hablar dependiendo de quién escucha. Y nada duele más que decir «no importa, todo bien» mientras te estás muriendo por dentro.
Yo ya no me muero más por nadie. En mí murió esa parte que se aguantaba cualquier cosa con tal de no perder a alguien. Ahora sólo creo en quien merezca quedarse en mi vida. Los que son felices y contagian alegría, los que lloran sin miedo, los que te dicen todo mirándote a la cara, los que se escapan un rato para verte. En eso sí creo.
Ojalá que no tenga que pedirte lo que no me quieres dar. Ojalá que si te busco te encuentre buscándome. Ojalá me quieras con ganas de quedarte y hacer alguna locura como mandar un «te extraño, quiero verte». Porque no me conformo con menos. Porque una vez aprendes a quererte, ya no vuelves a dejarte querer por cualquiera.
