A veces me entra la nostalgia y echo la vista atrás recordando a mi “yo” de 18 años y su idea alocada del amor. Por suerte el tiempo ha hecho mella en mí y he cambiado -en algunos aspectos para mejor y en otros para peor-.

Estaba empezando la universidad y conocí al que creí que sería el amor de mi vida. No sé si era cosa mía o de todas las personas que acaban de cumplir la mayoría de edad, pero tenía muchos pájaros en la cabeza. Apenas conocía a este chico. No sabía qué le gustaba, cuáles eran sus ideales o cómo sería convivir con él, pero yo me monté una película en mi cabeza digna de un Oscar, un Goya y una llamada de Paquita Salas para convertirse en mi representante.

Empecé una relación sin tener ni idea del amor. Eran otros tiempos y no existía WeLoversize ni otros medios feministas, así que para mí los celos eran una señal de que había amor, que me mirasen el móvil era un piropo, y dejar de lado a todo el mundo para pasar tiempo con mi pareja era lo más cabal. Qué confundida estaba.

Pasó el tiempo, 5 años ni más ni menos, y me di cuenta de que ya no quedaba nada de aquella chica de 18 años perdida en la vida y con un montón de ideas tóxicas sobre el amor metidas en la cabeza. Lo dejé con mi ahora expareja y empecé a conocerme bien a fondo.

Entendí que en el amor hay una exigencia y un montón de necesidades que luego olvidas cuando encuentras a la persona adecuada. Esta exigencia es el respeto, ni más ni menos. Lo demás no tiene tanta importancia. Que sea rubio, moreno, de ojos azules, más alto que yo, con pelazo a lo vikingo o rapado al cero… Todo eso deja de importar cuando conoces a alguien que te adora al verte empoderada y te anima a subir más.

Ahora que ya no soy una cría sólo quiero un hombre feminista en mi vida, y si de paso quiere ver documentales de asesinatos conmigo en casa mientras comemos helado de Kinder del Mercadona, mejor que mejor. Esa es la clave del amor, amigas.