Soy periodista, trabajo en un medio nacional y, durante este pasado verano, me he encargado de la cobertura completa del beso no consentido de Luis Rubiales, presidente de la Real Federación de Fútbol, a Jenni Hermoso, jugadora de la Selección Española de Fútbol en el contexto de la celebración del título del Mundial Femenino. Sin ánimo de entrar a comentar detalles de un caso que todas conocemos, que ha dividido a España entre los conceptos de “indignación” y “exageración”, quiero traer a esta plataforma historias que me han ido compartiendo mujeres, menos mediáticas que Jenni, pero igual de víctimas.

He escogido tres, aunque tengo decenas de experiencias en mi poder. He escogido tres como representación de un nutrido número de mujeres que en algún momento de su vida se han visto coaccionadas o intimidadas por un superior. Podríamos ser cualquiera de nosotras, ya que en mayor o menor medida todas hemos pasado por vivencias similares. Y no hablamos “solo” de besos no consentidos, sino de un abuso de poder que va más allá de la violencia sexual.

El que amenaza

Compañera de profesión, de mi propia redacción. Especialista en divulgación política y, por lo tanto, conocedora de noticias sensibles. Tenía en su poder información delicada de un reconocido diputado. Había pruebas, evidencias. Ella, como gran profesional, le dio la oportunidad de réplicas antes de publicar su reportaje. Lo que recibió a cambio fue numerosas amenazas que iban desde “voy a destrozar su carrera” a “sé dónde estudian tus hijos”. Llegó a contarle a su entorno que se había “follado” a la periodista y que ella actuaría en consonancia, despechada, erradicando en consonancia la credibilidad de la comunicadora. Sintió miedo, ¿quién no? Un hombre tan relevante, con tantos contactos… Tanto poder.

Ella, ansiosa por compartir a la sociedad la verdad de este individuo, tuvo que apoyarse en sus compañeros varones para dividir el acoso. Curioso: a ellos nunca les amenazaron.

El del “peaje”

Mi especialidad es el periodismo deportivo. Por desgracia, en este ambiente, hay más historias que mujeres porque las pocas que hay sufren más de una experiencia negativa. Yo misma tengo varias historias personales, pero hoy no estamos aquí para hablar de mí. Le toca a ella: jugadora de voleibol profesional. Cuerpo atlético, siempre en shorts. No es que yo quiera realzar un físico sobre otro, ni tampoco entrar a valorar maneras de vestir, pero es un punto trascendental para el acoso que ha padecido ella por parte de su entrenador. Tocamientos constantes, como nalgada, e intromisión diaria de la intimidad en el vestuario. “Si quieres ser titular, tienes que tocar tú”, le llegó a decir con una mano sobre su culo. Era una final de liga, el gran momento esperado de la temporada, y si ellas quería jugarla… Tenía que tocar, “pagar el peaje”.

El del aprobado “general”

Cliché de profesor y alumna, tan manido en el porno. A pesar de que no daré nombres, sí que voy a contextualizar: ámbito universitario, titulación de veterinaria; él era el profesor de química y ella una alumna bastante perdida entre fórmulas de ácido base y la tabla periódica. Por necesidad, comenzó a asistir a tutorías grupales que se transformaron en clases particulares de él y ella. De un roce de mano a la colación de un mechón detrás de la oreja. De hablar del punto de fusión a sugerir “fusionarse” si quería un matrícula de honor.

Ellas son solo tres ejemplos, pero insisto en que dispongo de muchos más testimonios. Cercanos, lejanos… propios. El caso de Rubiales solo es la punta de un iceberg inmenso, sumergido bajo la gruesa capa del anonimato. Por fortuna, había cámaras grabando, millones de testigos observando y pudimos unirnos para rechazar vehemente el gesto. En el día a día, no es lo común. Estás a sola con su agresor, bajo su yugo. Somos más, somos demasiadas. Se acabó.

 

Relato escrito por una colaboradora basado en la historia real.