A pesar de que ‘La pechuga de la sardina’ transcurre durante la época de la postguerra, una sale de la sala diciendo: ‘en realidad, y muy a mi pesar, las cosas no han cambiado tanto’. Este texto de Laura Olmo vuelve al teatro de la mano de Manuel Canseco y estará en el Teatro Valle Inclán de Madrid hasta el próximo 29 de marzo.
La pensión de Juana (una gran María Garralón) es el centro neurálgico de varias historias, todas ellas protagonizadas por mujeres y sus problemas de la época. Problemas que trasladados a los días que vivimos no son tan diferentes. Concha (Natalia Sánchez) está embarazada y sufre el rechazo de no estar casada, Soledad (Alejandra Torray) es la eterna soltera atormentada por el paso del tiempo y el miedo a quedarse sola, Doña Elena (Amparo Pamplona) es la vieja resentida que todo lo condena y que en el fondo vive envidiando todo lo que ella no ha podido vivir, Paloma (Cristina Palomo) es una estudiante luchadora en un mundo de hombres y Cándida, ay Cándida. Nuria Herrero representa el único papel plenamente feliz de la obra. Felicidad que se asocia a su analfabetismo y su incapacidad de salir del lado sencillo de la vida.
A destacar el peculiar escenario que hace partícipe al público como si de voyeurs se tratasen. La acción se desarrolla en varias habitaciones casi a la vez y uno decide al final donde fijar la vista. Personalmente me quedo con el trabajo de una entrañable María Garralón y de una grandísima Natalia Sánchez, que empieza a ser una habitual de teatro tras arrasar en obras como ‘Amantes’.
El primer amor, el maltrato a la mujer, el paso del tiempo y las zancadillas que nos ponemos las propias mujeres. Me hizo gracia pensar en esta obra como una especie de WeLoversize de la postguerra, un texto que se atrevió en su época a tratar temas que nadie hablaba y que precisamente por eso no tuvo una gran acogida en su primer estreno allá por 1963.
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