La mayoría de rupturas de las que he sido testigo han sido feas de cojones. Estoy de acuerdo con lo que algunas decís: no conoces a tu pareja hasta que no tienes que romper con él/ella. Y pensar que a ti no te va a pasar es de ser muy arrogante o muy ingenua, una de dos.

Una pareja cercana se ha separado hace poco, después de varios años de convivencia. No eran pareja de hecho ni matrimonio, lo que quizás hubiera facilitado el reparto de bienes, aunque fuera con juez de por medio. Lo cuento desde el principio.

Él estaba pagando una casa con mucho esfuerzo, porque su salario no era para tirar cohetes. Le daba para afrontar deudas y poco más, así que vivía en casa de sus padres para ahorrarse el resto de gastos. Pero, cuando ya llevaba un tiempo de relación con su chica, decidieron irse a vivir juntos.

Ella ya había tenido malas experiencias antes y entró en esa casa convencida de que no pondría un euro para pagar la hipoteca. Lo que sí hizo fue poner puertas, cerrar la terraza y comprar muebles nuevos (de gama media-alta, además) para que los dos estuvieran cómodos en su hogar. Desde el principio él le dijo que no podía asumir tantos gastos, y ella lo entendió. Así que él siguió pagando la casa y recibiendo táperes de su madre, mientras ella se ocupaba de todos los demás gastos.

La ruptura

La ruptura resultó traumática por lo emocional y por lo material. Desde fuera parecía que ellos no tenían una relación sana y bonita, pero, como seguían juntos, en su entorno pensábamos que se entendían a su manera.

Cuando ella le pidió dar un paso más y formar familia, él se plantó. Y entonces dio su versión a cualquiera que quiso escucharle: que no recordaba cuándo había sido feliz con ella y que sabía que había estado muchos años estirando el chicle pese a saber el final, pero siempre pensó que lo podían arreglar.

Ella nunca hizo autocrítica de su comportamiento con él o en la relación, que ya os dijo que dejaba bastante que desear. Su versión fue que él se había estado aprovechando de ella para arreglar la casa y, en cuanto la cosa se iba a poner más seria, la dejó. Ahora tiene una vivienda perfectamente bonita y habitable para vivir con la que vaya a ser su reemplazo. Ya ha oído rumores.

La ocupación

Ella estaba convencida de su versión y no estaba dispuesta a conformarse, así que le propuso dos opciones: 2.000 euros más los muebles o 7.000 euros y te quedas los muebles tú. Calculó todo lo que había invertido en la casa, no solo los muebles, y esas cantidades le parecieron justas y razonables.

Él ya no podía gastar un solo euro en la casa antes de independizarse, menos aún sin alguien que lo ayudara a compartir gastos básicos. Así que le dijo que se llevara todo lo que había puesto, aunque tuviera que acabar sentado en cojines en el suelo. Y de dinero nada, que se lo tomara como si hubiera estado pagando un alquiler.

Ella quería su dinero en metálico y, a medida que pasaban los días, cada vez tenía menos interés en los muebles. Iban perdiendo valor, seguramente ya se estaría acostando con otra en su sofá y, además, no tendría dónde meterlos cuando encontrara una casa de alquiler. Así que ya se obcecó con una única opción: me das mi dinero, me voy y no nos volvemos a mirar a la cara. Y, si no, aquí me quedo, te guste o no.

La cosa terminó de la peor manera: viviendo juntos en plena ruptura y sin poderse ver el uno al otro. Nada de escarceos tontos con el ex, todo lo contrario. Le pasó como dice la canción:

“Vivíamos de boca a boca,

los labios no querían soltarse,

y ahora aquí en el mismo cuarto no podemos respirar el mismo aire”.

Muy triste.

Al final, con ayuda de su familia, él consiguió reunir una cantidad de dinero que no era ni la mitad de lo que ella pedía. Ella aceptó, pero, para compensar, se quedó viviendo en su casa durante meses, obviamente sin pagar ni un euro de alquiler. Os podéis imaginar el ambiente irrespirable entre dos personas que siguen compartiendo casa en plena ruptura, intentando no coincidir nunca y, cuando lo hacen, cada uno en una habitación maldiciendo el día en el que se conocieron.

Ella encontró un piso de alquiler y se fue, dejando atrás una historia fallida y todos los preciosos muebles en los que había invertido. Él se quedó con una casa mucho más bonita y habitable que antes y libre de alguien que no lo trataba bien, pero con menos dinero y solo ante todos los gastos.

Quien tenga razón en esta historia es lo de menos, aquí no hay maniqueísmos que valgan, como en las novelas o en las películas. Los dos tenían su parte de razón y estaban convencidos de sus versiones. Pero se puede sacar una conclusión aplicable a todo el mundo: antes de convivir, hay muchas cosas que hablar. Y aunque parezca exagerado blindarse legalmente, con firmas y abogados de por medio, toda precaución es poca.

Anónimo