No puedo describir el alivio y el soplo de aire fresco que supone haber encontrado esta página, en la que leo las experiencias de muchas personas que han sufrido y han pasado desde aceptarse hasta quererse. Yo también quiero hablar de ello. Pero mi historia trata más bien de como llegué a aceptar y querer a otras personas, y justo haciendo eso, a una parte de mí mismo. El tema ya se ha tratado en artículos como “Resulta que hay chicos a los que les gustan gordis” pero aun así quiero dar mi punto de vista personal.

No tendría ni siquiera catorce años cuando conocí a una chica que con un golpe de su generosa cadera cambió mi forma de ver el mundo y sus mujeres.

En mi entorno, a todos nos gustaban las mismas chicas y las gorditas simplemente, no entraban en la ecuación, eran invisibles. Mi gusto en cuanto a chicas no era una excepción, encajaba en los cánones, hasta que entró en escena aquella joven. Se trataba de una belleza de pelo negro, piel suave y oscura, armada con una mirada de las que podrían detener una estampida de bisontes (o provocarla), unos labios rellenos que tenían la costumbre de curvarse en una descarada sonrisa y un maravilloso set de curvas vertiginosas, todo ello aderezado con una actitud pícara que me hechizó en cuanto estuve a su alcance.

Y además, estaba gorda. No tengo ningún problema en decirlo, para mi no supone un término ofensivo, sino todo lo contrario y genera menos confusión que términos como “curvy”, así que vamos a dejarlo en gorda, que es una de mis palabras favoritas.

Esta hermosa gorda no solo rompía con el canon de belleza actual, sino también con la ley implícita de “las gordas deben actuar como gordas” y en su lugar actuaba como la chica más espectacular del lugar (que para mí lo era). Ha llovido muchísimo desde entonces, pero aún recuerdo la manera en la que paseaba sus curvas (y sus lorzas) con esa osadía y hasta de manera insolente que me quitaba y quita el aliento cuando veo esa misma actitud retadora en otras mujeres.

Esto lo puedo decir ahora, pero no en aquella época y esta es la clave de mi escrito: me estaba gustando una gorda, y eso no era acorde a los gustos “universales”, en pocas palabras, que me gustara una gorda estaba mal.

Ahora pienso en ello y me sorprendo de cómo puede suponer un conflicto interno el mero hecho de la atracción que cause una persona. Ahí me di cuenta de hasta que punto el bombardeo de mensajes en pro de un tipo de cuerpo puede ejercerse de forma tan brusca, pero a la vez penetra en la mente de manera tan increíblemente sutil.

No negaré que en principio había un componente de morbo, de gustarme la fruta prohibida, pero ese pensamiento evolucionó hasta uno más positivo, que resulta en “que me guste algo diferente a lo que mandan los cánones no es malo”. A partir de ese momento viví más feliz y tranquilo, pero aun quedaba mucho camino por delante.

Cuando llegué a la edad de tontear, de hablar con mis amigos de las chicas que nos gustaban, me volví a sentir diferente. La inmensa mayoría de comentarios que recibía al contar mi ya definido gusto se resumían en la frase: “¿Cómo te puede gustar esa? Si está gorda”. Puedo decir que mi personalidad dio un paso de gigante cuando dejé de replicar a esa pregunta con un tímido “¿Y?” a un fuerte y decidido “Por eso”. Viví esto en una época en la que el mensaje decía que los (para ellos) defectos podían ser ignorados en tu pareja, pero no que pudieras amarlos. Así que me harté de todo eso e hice caso omiso de las modelos de lencería que adornan los escaparates y los medios, y pudiera ser yo quien decidiera quién me gustaba y quién no, sin dejar influenciarme. Esto es lo que quiero decir con este escrito, y no el consabido e incierto mensaje de “las gordas son más guapas que las delgadas”, sino que nuestro gusto puede verse influenciado con una facilidad pasmosa. No digo esto porque quiera lanzar otro mensaje moralista más, lo digo porque es cierto y lo he vivido en mí mismo, estuve muy confuso durante el tiempo que me tomó darme cuenta de que me gustaba una chica gorda, e igual que yo estuve influenciado, estoy convencido de que mucha otra gente lo está y más importante, puede dejar de estarlo.

Así que, al autor de “Resulta que hay chicos a los que les gustan gordis”: no estás solo, compañero, cada vez somos más los que nos rebelamos contra las influencias externas y lo decimos alto y claro y además disfrutamos viviendo con nuestro gusto.

A las gorditas quiero deciros que vosotras alegráis a muchos hombres cuando tenemos la fortuna de que os crucéis por nuestro camino, así que dejad de ningunearos a vosotras mismas y actuad como lo que sois: mujeres hermosas. Además: esto vale también para las delgadas, que también me gustáis, tanto los vientres planos como los adornados con michelines se pueden besar.

Autor: B.