Yo he tenido mucha suerte. 

Entiendo que para personas de generaciones anteriores el hecho de que tu hijo sea gay no tiene que ser fácil de digerir. A ellos les enseñaron que éramos enfermos, una lacra para la sociedad, unos vagos y maleantes.

La programación cerebral de aquella época tiene un matiz de rechazo, y la cosa se complica cuando es tu hijo el afectado porque «sí, vale, yo acepto a los gays, pero mientras eso les pase a los demás, no a mi hijo».

Digo que he tenido mucha suerte porque mis padres nunca me han cuestionado por qué soy gay, ni me han pedido que intente no serlo, ni lo han escondido delante de otros. Es más: han tenido una relación más que formidable con mis novios y con todos mis amigos y, por supuesto, conmigo. Recuerdo una frase que me dijo mi padre hace mucho años cuando hablábamos del tema: «Miguel, a mí no me importa cómo sea la persona que esté a tu lado mientras sea buena gente y te haga feliz. Como si es un orangután»

Pero no todo el mundo ha tenido esta suerte. Podría contaros mil historias.

Historias de amigos a los que sus padres han llevado a psicólogos, terapias y todo tipo de intentos frustrados para que dejen de ser gays, porque «esto tiene cura, solamente tienes que esforzarte y encontrar a la chica adecuada». Y se esforzaron, y mucho, pero por no perder la cordura y las ganas de vivir.

Historias de amigos a los que, cuando se armaron de valor para contárselo a sus padres, su respuesta fue ponerles la maleta en la puerta y decirles que no querían volver a verles nunca más, porque ellos no quieren un hijo gay. Cogieron esa maleta empapada de lágrimas y se han buscado la vida desde entonces. Sin su apoyo.

Historias de amigos que siguen ocultando su sexualidad a su familia con la falsa promesa de que algún día se echarán novia y se casarán, porque siguen escuchando cosas en su casa como «putos maricones» o «qué asco de gente». Y cuando oyen esos comentarios tienen que tragar saliva, en parte por miedo y en parte por rabia, intentar que no se les note el mal trago y aguantar el tipo hasta que vuelvan a salir por la puerta.

Os voy a contar algo que, aunque parece obvio, para muchos no lo es: ser homosexual no es malo, ni es una enfermedad, ni es raro. La homosexualidad no es una elección ni un problema, la homofobia sí lo es. La sexualidad no se elige, se descubre, y sea cual sea el descubrimiento hay que respetarlo, porque el amor no necesita ser justificado.

Cada uno de esos hijos homosexuales que fueron rechazados sólo buscaban apoyo, comprensión y sobre todo amor. Nadie se merece que unos padres te nieguen ninguna de esas tres cosas. ¿Y sabéis qué? Que en realidad son esos padres los que me dan lástima, porque se están perdiendo a unos hijos maravillosos.

Sé valiente. Sé fuerte. No ocultes tu sexualidad. No estás haciendo nada malo. No es tu culpa si los demás no lo entienden, son ellos los que tienen un problema, no tú.

Y sobre todo y ante todo sé de verdad, porque sólo tienes una vida para ser tú mismo. Y es esta.

YouTube video