He perdido la cuenta de los años que llevo queriendo dedicarte unas últimas letras. Me ha llevado tanto tiempo cerrar las puertas que abriste, los cajones reventados y todas las ventanas que dejaste sin cristal. Se me volaron todos los papeles con tu corriente nefasta, ¿sabes? Pero hoy tengo hojas nuevas, bien sujetas, y una pluma que no se borra al verme llorar.

En tiempos, en nuestros tiempos, sí que parecía que te gustaba que te escribiera, que te agasajara el alma con los versos de devoción de una niña. Y a mí, me encantaba hacerte objeto y destinatario no sólo de mis palabras de amor, sino de toda acción y pensamiento. No sé si te diste cuenta que vivía por y para ti porque estaba convencida de que esa era la única manera de amar, y la más óptima. Tan sólo quise hacerlo bien, como siempre. Terminé de crecer queriéndote y hoy te confieso que ha sido una lata tratar de despojarme de todo lo que aprendí a tu lado, ha sido jodido deshacer un camino plagado de sentimientos viciados. Pero ya sabes que soy cabezota, así que puedo decir que con mucho machaque he logrado desaprender tus enseñanzas.

No sé si guardarás mis poemas o todas aquellas cartas, o los e-mails donde te mandaba mis primeras crónicas y ensayos. No sé si has podido leerme en algún sito, en algún momento de este tiempo y darte cuenta de que reté tus palabras. Decías que si no había triunfado a los 24 no lo haría jamás. Y puede ser que sea cierto, pero desde que te fuiste decidí compartir mis escritos con el resto del mundo y negártelos a ti. Y ese es mi triunfo privado, el que me importa. Y que te fueras es positivo finalmente, así que gracias.

Gracias también por hacerme minúscula, porque así no me ha quedado más remedio que crecer y crecer. Eras mi Tierra y yo tu Luna, ¿verdad? Poco hay de poético en eso, sólo era tu satélite, es cierto. Sólo giraba buscándote los días y las noches, sobre todo las noches. Y no podía escapar de tu atracción: tu belleza y sexualidad me hacía sentirme afortunada y no merecedora.

Pequeña.

Nadie.

Pero ahora, soy libre.

Te vas a reír, quizá, pero aún sueño contigo. Y son cosas de todo tipo: desde la forma tórrida en que nos conocimos hasta cuando me dejaste tirada con el piso. Y te oigo en ellos decirme ‘cielo’ y ‘dramática de mierda’. Y vuelvo a revivir la sensación de verte desde mi habitación, tan guapo y tan imponente, esperándome en la calle, y también lo que me encharqué el día de aquel tormentón eléctrico cuando te vi enrollándote con una chica y un chico a la vez y tu mandíbula desencajada sólo acertó a decirme: ‘PU-TA’. No son pesadillas ni tampoco sueños húmedos ¡eh!, entiéndeme, creo que son simples alertas que me manda la mente para estar prevenida. Las proceso, retroalimentan mis niveles de exigencia y luego, simplemente, las olvido.

He de reconocerte que nunca he vuelto a querer a nadie como te quise a ti. Ni en cantidad ni en calidad. Ni en entrega ni en inocencia. Te llevaste el récord, las cosas como son. Tampoco he vuelto a sentir lo mismo. ¿Y sabes? Es maravilloso porque no he vuelto a poner a nadie por encima de mí misma, y aunque he sacrificado las mariposas constantes en la boca del estómago, he podido comprobar cómo es que me amen y que me respeten. Cómo es amarme y respetarme.

Cómo es ser grande para alguien. Para mí.

Ser yo.

Porque antes, sólo era tuya.

No soy feliz, no te voy a engañar. Pero ya sé que la felicidad no está ni en ti, ni en anhelar tus te quieros, tampoco en que vivas conmigo ni en tener ese bebé regordito y nuestro del que hablábamos. Ni siquiera en que por un día no me dejes plantada o no vuelvas a desaparecer. Y es un alivio que mi felicidad no dependa de eso. Descubrí hace algún tiempo que sólo depende de mí. ¿Tú lo sabías?

He dejado también de preguntarme por qué no me querías. Sé que no estaba en mi mano, sino en tu incapacidad para asumir algo más allá de quedar los fines de semana y darme algo más que largas, mentiras, menosprecios y vacío. Tampoco me cuestiono por qué eras tan cobarde para no dejarme e hiciste lo imposible para que me fuera yo y así no cargar tú con la culpa. ¿De qué sirve? Perdona si te lo puse tan fácil que te acostumbraste y seguiste conmigo. Perdona si pensé que eras tú. Perdona por abrirte mi vida hasta la cocina siempre que volvías tras desaparecer. O no me perdones, da igual…

Supongo que te gustará saber que gracias, o a pesar, de todo esto, de esta historia de cinco años de amor unidireccional puedo decir que me quiero. Me quiero con todo ese amor incondicional que tú no quisiste y con más.

Ojalá que tú también hayas aprendido.
Nunca es tarde. Mírame a mí… si te atreves.

Portada: Photo by Pexels