Después de un tiempo sin pareja, ya me apetece volver a intentarlo pero ¿dónde buscar candidatos? Mis círculos de amigos y conocidos no ofrecen hombres con los que quedar y las vías «tradicionales», hasta el momento, han arrojado un saldo de dos hombres interesantes –los dos comprometidos– y un tercero con el que no me atreví a hablar. Que el mercado local está mal es cierto y que mis dotes de ligar son nulas… eso también.

 

Leí en esos días el artículo de África Pecker sobre Lovoo y me planteé probarla. Al fin y al cabo, soy una mujer moderna y esto de ligar por internet ya no es lo que era hace 15 años. Ahora hay gente normal… o eso creía yo hasta que empecé a comentarlo con mis amigas solteras.

–Fulanita se encontró a su ex –que vuelve a tener novia– en la primera ronda de sugerencias.
–¿No os llegan un montón de fotos de pollas?
–A una amiga mía, el tío con el que había quedado la vio y se piró corriendo, literalmente.
–A mí me apareció uno y me dijo que estaba muy gorda, después de ver mis fotos de cuerpo entero.
–Yo quedé con uno que muy bien, quedamos varias veces, nos acostamos y desapareció: ya no respondía a guasaps ni llamadas ni nada.

Y entonces me entró miedo. ¿Estaría preparada para eso? Decidí que sí y me puse a repasar el álbum de fotos de mi móvil. Vale, había varias decentes, normales y en las que me sentía yo. ¡Adelante! Total, probar no cuesta nada y a tiempo de eliminar la aplicación siempre estaré. Y como cuesta decidirse a quedar, caí en eso de estar hablando varias semanas antes de conocer a algunos personalmente: muy mal. Error de principiante. Porque si al final, cuando os veis, no sientes nada, puedes ganar un nuevo amigo –si quieres– pero no es lo que buscas en estas aplicaciones, reconócelo.

Sugiero una fórmula de saludo rápido y directo: «Hola, ¿qué tal? ¿te apetece que tomemos un café?». Y quedamos y en menos de diez minutos sabes si te gusta o no te gusta. Así de fácil. Y si el flechazo es mutuo, ¿qué? Pues pa’lante. Ya no tenemos edad de pelar la pava ni estamos para tonterías, eso me dicen y tienen razón.

 

Y una vez que has decidido que ese chico te encanta y que te vas a dejar llevar, déjate los complejos con el abrigo porque es absurdo que te impidan gozar. Asume que has venido a jugar, a disfrutar, a pasarlo bien, a hacer y a que te hagan.

Ya te ha visto de cuerpo entero y no ha huido. Ya te ha besado y te ha tocado por encima de la ropa, tal vez por debajo. No será una sorpresa lo que encuentre y le gustará, seguro. Deja de pensar tonterías y ve dejando caer cada vergüenza, cada temor, cada inseguridad con las prendas de ropa que van salpicando el suelo.

 

Concéntrate en cómo te mira, en cómo te besa, en cómo te toca y en hacer lo mismo si te gusta.  Esto es muy serio: de ti depende estropearlo o no. Repasa tus sentidos, vívelos en el aquí y el ahora: lo que hueles, lo que oyes, lo que tocas, lo que ves, lo que saboreas. Compartir placer con otra persona es un asunto importante que empieza y acaba donde los dos –o más– queráis, así que manda callar a la crítica, a la exigente, a la puritana, a la miedosa, a la burlona… ¡Cerrad todas la puta boca! Y sé tú misma.