Vivo un romance de cuento. De verdad lo es: Él es inteligente, guapo y me hace reír.
Me hace levantarme en mis épocas de depresión (Soy depresiva y tengo un trastorno de
personalidad) en las que caigo sin remedio. Me hace verme guapa y si, es bueno en la
cama.
La vida con él no es maravillosa, sino perfecta. Nos gustan casi las mismas cosas y
nos entendemos a la perfección. Discutimos, claro, como todas las parejas. Pero nuestras
discusiones no duran más que unas horas y la reconciliación es mejor que leer una novela
erótica, os lo puedo asegurar. Todo el mundo que nos conoce como pareja usa la misma
frase: “Sois la pareja perfecta”.
Recuerdo como si fuera ayer el día que conocí a mi suegra y, os puedo asegurar,
que nunca podré borrar de mi memoria. Fue hace tres años, año y medio después de que
su hijo y yo comenzásemos nuestra aventura.
Yo estaba nerviosa. Me cuesta mucho confiar en mí misma y tengo la necesidad de
caer bien a todo el mundo. Fui de tiendas todo el día para encontrar la ropa perfecta, el
maquillaje perfecto, el bolso y los complementos perfectos. Si algo me enseñaron mis
padres es que “La primera impresión es la que cuenta” y en el colegio me habían grabado a
fuego la ya machacada “No existe segunda ocasión para crear una buena primera
impresión”, así que me lo tomé muy a pecho. Quería no solo caerle bien, sino que buscaba
que la mujer se quedase tranquila pensando que yo le iba a dar a su hijo todo lo que
necesitase. En otras palabras: Que era suficiente mujer para mi chico.
Error, lo sé. Pero ahí me encontraba yo, a cinco minutos de salir de mi casa y
encontrarme con él en el portal para que me llevase a conocer a su madre. En cuanto salí
por la puerta, me sonrió:
-Eres preciosa.-Me dijo, y me tomó de la mano para tranquilizarme.-Le vas a
encantar.
He de decir que me tranquilizó. Tomé aire y me aferré a su brazo tan fuerte como
pude.
Fuimos andando. Éramos vecinos y el pueblo estaba en fiestas, así que fuimos
hasta la plaza principal donde estaban todos bailando.
Y llegamos. y mi corazón palpitó y mis pies y manos sudaron, y la vi: Una señora
con cara de maja, bailando con su marido y sus amigas, alegre.
Los nervios se me fueron al ver a aquella mujer disfrutar. Me acerqué con mi chico:
-Mamá, esta es mi chica.-Le dijo mi chico.
La mujer me miró y sonrió. Me dio dos besos y le dijo algo a su hijo que,
seguramente, pensaría que con el barullo que la fiesta tenía montado yo no oiría. Pero lo oí:
-Ya adelgazará, hijo.
Sus primeras palabras hacia mí, me hicieron daño. Pero suspuse que sería cosa de
una primera impresión… Esa que estaba muy cuidadosamente tratando de que fuera la
mejor. Era una pena que no hubiese comprado, también, una faja para mi barriga.
No lloré, mantuve el tipo. Intenté pasar una noche divertida con mi novio, que no
paraba de sonreírme y decirme lo muchísimo que me quería.
¿Sería una casualidad? A lo mejor ella también estaba nerviosa y es lo primero que
le salió.
Pero no. No fue así. La mujer se esfuerza, os lo aseguro, pero, tres años después, el
tema de mi sobrepeso le supera y cada vez es más evidente. No hay semana que no suelte
alguna “perla” sobre el peso, la ropa grande, o que a mi hay que hacerme parar de comer y
a su otra nuera, en cambio, hay que obligarla.
No, no lo hace a mal. Pero la gordofobia que sufre, la estoy sufriendo yo. ¿Tendrá
alguna vez fin?
Seguiremos informando.
Jud Aku Caracoles. @akucaracoles